Expediciones han habido muchas. Algunas famosas, otras infames y otras poco conocidas o no registradas. Tal como ocurrió con la expedición de Albert Isaac Middleton y la ciudad mágica de Dawleetoo, esta travesía fue descubierta años después de haberse realizada, teniendo extraños e inquietantes descubrimientos. Nuestro planeta Tierra alberga un sin número de secretos, algunos siendo tan perturbadores que es mejor mantenerlos ocultos.
El Rey Léopold Louis-Philippe Marie Victor de Saxe-Cobourg et Gotha (Leopoldo Luis Felipe María Víctor de Sajonia-Coburgo-Gotha) mejor conocido como Leopoldo II, segundo rey de los belgas (Bruselas, Bélgica, 9 de abril de 1835 - 17 de diciembre de 1909). Sucedió a su padre, Leopoldo I, en el trono de Bélgica en 1865 y permaneció hasta su muerte. Reinó durante 44 años, con lo que se convirtió en el reinado más largo de cualquier monarca belga hasta el momento. Murió sin hijos varones que le sobrevivieran, por lo que su sobrino Albert Léopold Clément Marie Meinrad (Alberto I de Bélgica), fue su sucesor desde diciembre de 1909, hasta su deceso en 1934.
Leopoldo II fue el soberano, fundador y único propietario del Estado Libre del Congo (una colonia personal africana), desde 1885 hasta 1908, un proyecto privado encabezado por él mismo. Utilizó al explorador Henry Morton Stanley para ayudarle a reclamar el territorio. En la Conferencia de Berlín de 1884-1885, las naciones europeas con intereses coloniales (que pactaron el reparto de África), se comprometieron a mejorar la vida de los habitantes nativos del Congo, al tiempo que confirmaron su posesión por parte de Leopoldo II. Sin embargo, desde un principio el monarca ignoró estas condiciones y amasó una gran fortuna gracias a la explotación de los recursos naturales del Congo (caucho, diamantes, marfil y otras piedras preciosas) y la utilización de la población nativa como mano de obra forzada y esclava. Tras varios años de denuncias internacionales por parte de personalidades británicas como Arthur Conan Doyle, Joseph Conrad o Roger Casement; y del líder socialista belga Émile Vandervelde, entre otros, el Estado belga se hizo cargo de la administración del Congo en 1908.
Pero en el año 1899, el Rey Leopoldo II sabía ya de los grandes recursos del territorio, que podían ser aplicados para múltiples áreas. Así pues, un Conde de nombre Wolfgang Von Eppinghoven, por medio de su amigo personal, el mencionado Alberto I de Bélgica, contactó al Rey para realizar una particular expedición con el fin de atravesar el interior del extenso territorio. De manera clasificada, la exploración fue aceptada y financiada, siendo el viaje realizado por medio de un barco a vapor río abajo hacia el Congo. La condición del viaje era que debía de registrar, escrita y fotograficamente cualquier detalle de la travesía a la desconocida área, además de recoger, resguardar y otorgar al Rey cualquier recurso natural encontrado en el camino. El Conde Wolfgang no tenía experiencia en expediciones coloniales, especialmente en aquellas que exploraban zonas desconocidas, él era un filósofo y amante a la ciencia y solo había sido un observador en una expedición a la Polinesia en sus juventud pero la maravilla de ver nuevos territorios por explorar y conocer despertaron en el hombre un deseo de fascinación de recorrer lugares inexplorados.
Meses después de la iniciada la expedición, la tripulación y todo indicio de ella desapareció sin dejar rastro. Al ser un viaje clasificado y financiado directamente por el mismísimo Rey, no hubo noticia en el público, solo en los miembros allegados a la realeza, donde se regó el rumor que la expedición había sido cancelada y quitada el financiamiento ya que los resultados del viaje no fueron prometedores y que el Conde Wolfgang había ido a Polinecia para continuar unos estudios pendientes.
Luego de dieciséis años, en 1915, un enloquecido y demacrado anciano apareció entre las calles de Stanleyville, capital de la antigua provincia Oriental, (actualmente es la ciudad en la provincia de Tshopo de la República Democrática del Congo en África central llamada Kisangani). El sujeto llevaba consigo un rollo fotográfico con extrañas imágenes, también portaba un diario donde describía a detalle la travesía de la mencionada expedición al Congo. ¿Cómo era eso posible? Dicho anciano, demacrado, enfermo y enloquecido se trataba del mismo Conde Wolfgang Von Eppinghoven. Al parecer único sobreviviente de la nefasta aventura de la cual lideró en su oportunidad.
Según el Conde Wolfgang en sus escritos detallados, la tripulación en el barco a vapor siguió su camino río abajo hacia el Congo y llegaron a un punto de no regreso por fuertes lluvias, animales de río y rutas de difícil acceso. Llegaron finalmente a una espesa zona selvática, un lugar anómalo en donde vivía una llamativa, misteriosa y curiosa comunidad a la que bautizaron como Xüaz. Lo extraño del sitio es que parecía que las leyes naturales no se aplicaban.
Lo más raro y perturbador de los escritos venía a continuación, donde el Conde narraba de primera mano las extrañas ceremonias caníbales lideradas por aterradores chamanes con extremidades extras similares a tentáculos, que estaban relacionadas a las brutales muertes de los miembros de su tripulación, los cuales los primeros en morir eran los primeros en enloquecer.
Vivían en ciudades oscuras con un tipo de estructura extraña donde una forma megalítica siempre predominaba en el centro.
Antes del atardecer, los habitantes de la localidad parecían invocar a seres de la selva que tenían forma de "demonios", algo no existente en el planeta.
Hacían extravagantes eventos en donde realizaban hechizos mágicos similares al vudú que terminaban en canibalismo.
Y, una de las cosas que llamaron más la atención fue la presencia de inmensos y colosales monstruos de río, parecidos a seres terribles solo descritos en libros de ciencia ficción, se encontraban bajo las tranquilas aguas y atacaban o devoraban a todo aquel que quisiera salir de la localidad.
Entre la locura y lo enfermo que se encontraba, el Conde Wolfgang Von Eppinghoven falleció pocos días después de hacer público su diario y rollo fotográfico a los funcionarios de Stanleyville (actual Kisangani), y saberlo su amigo personal, el Rey para aquel entonces Alberto I de Bélgica, el cual desconocía la verdad de su paradero.
Las imágenes parecen sacadas de una película de terror de la antigüedad.
Guardando ese misterio sobrenatural de querer saber más aún de esa extraña y desconocida cultura, de esa inquietante localidad y sus curiosos miembros.
Dichas fotos se encuentran y resguardan en el Musée de la Ville (El Museo de la Ciudad de Bruselas), ubicado en la Grand Place, dentro de la Maison du Roi (Casa del Rey).
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