Creencias y relatos fantásticos hay en todas las culturas del mundo, desde tiempos inmemoriales hasta la época actual, y los seguirá habiendo en el futuro. Es algo natural en la convicción humana que está arraigada a su necesidad de creer en algo sobrenatural para tener fe y esperanza en algo. Ahora bien, la leyenda de Kópakonan es una historia aferrada a la remota isla de Kalsoy, una de las islas más septentrionales y aisladas de Feroe. Dicho lugar es cercano a un territorio inhóspito, incomunicado y azotado por los vientos fríos del ártico, en donde fue creciendo un mito que ha llegado hasta la era contemporánea como si de una maldición se tratase: todos los hombres de Mikladalur están condenados a morir en el mar.
Las Islas Feroe son un país insular europeo que tiene un estatus único en el mundo, ya que compone una nación constituyente del Reino de Dinamarca, integrada por un pequeño archipiélago ubicado en el Atlántico Norte, entre el Reino Unido, Noruega e Islandia, pero las islas no forman parte de la Unión Europea. El archipiélago feroés consta de dieciocho islas de origen volcánico, de las cuales diecisiete están habitadas.
Su territorio es predominantemente montañoso, con acantilados que sirven de hábitat a miles de aves marinas. Está dominado por praderas y carece de bosques. El clima es frío, aunque moderado por la corriente del Golfo. Hay suficientes recursos hídricos, pero en general el suelo es pobre y los recursos naturales escasos. La economía depende fundamentalmente de la pesca y su industria derivada. No obstante, la sociedad feroesa cuenta con un estado de bienestar y un índice de desarrollo bastante elevado.
Por su parte, Kalsoy es una de las mencionadas dieciocho islas de origen volcánico. Su nombre actual deriva de la palabra Kallsoy, cuya traducción es "La Isla de Los Hombres". La isla es conocida entre los feroeses como la flauta dulce, por la forma característica que tiene en forma de lanza estrecha.
Los cuatro poblados de la isla se encuentran situados en la costa oriental, ya que la costa occidental es un empinado acantilado de difícil acceso, los mayores son Mikladalur con setenta y nueve habitantes y Húsar con sesenta y ocho habitantes. Dichas localidades están comunicadas a través de una red de túneles terminada en el año 1986, algunos de los cuales de más de dos kilómetros de longitud. En la localidad de Trøllanes, situada sobre la cima Kallur, se encuentra uno de los faros del archipiélago.
Se dice que es esas aguas septentrionales y alejadas, las focas son en realidad personas que han decidido abandonar la vida terrenal para vivir en el mar enfundados en la piel de una foca. Solo regresan a tierra una vez al año en la Víspera de los Tres Reyes (Eve of Three Kings). Esa noche, se juntan en una de las cuevas que hay en las costas de Mikladalur, una pequeña localidad situada al borde de un acantilado, y para acceder hasta la costa, rocosa y atormentada por las olas del océano. Allí abandonan su piel de foca, la esconden entre las rocas y pasan la noche bailando y celebrando hasta las primeras luces del alba cuando nuevamente vuelven al mar. Uno de los tantos jóvenes de Mikladalur que conocían la leyenda de esta noche mágica decidió acercarse a la costa justo ese día para ver a las criaturas disfrutar de su fiesta. Al verlos desenfundar sus pieles de foca, no pudo evitar quedar encantado de una de las jóvenes que formaba parte de la celebración. Se enamoró perdidamente de ella con tal solo mirarla y no pudo dejar de seguirla con la mirada toda esa noche. La hermosa mujer foca tenía por nombre Kópakonan.
El joven, sabiendo que al día siguiente ella volvería a ser una foca y regresaría al mar, donde no podría volver a verla más, tomó la decisión de robar la piel de la chica en un impulso. Él conocía muy bien las historias populares que contaban que al robar la piel de la foca, no le quedaría más remedio que esperar a que quién tuviera su piel tomara la decisión de devolverla. Por lo que en su caso, la bella joven viviría sumisa a su lado. Con las primeras luces del alba los participantes se enfundaron nuevamente su piel de foca, todos menos aquella chica hermosa, esa que el joven había admirado en esas moras de madrugada. Irritada, la chica lo confrontó y el muchacho comenzó a correr un poco asustado. Lo persiguió colina arriba en dirección al pueblo, sin éxito. Exhausta, ella se rindió. Le pidió al muchacho que por favor le devolviera su piel de foca. Este, cegado por lo que él pensaba era amor, se negó completamente. Ella no podía regresar así y no quería quedar a la deriva tampoco, por lo que no quedó más alternativa que vivir sumisa al lado de él.
Los años pasaron. Ellos se casaron y tuvieron tres hijos. El muchacho de Mikladalur ya convertido en un hombre, tenía la piel de foca guardada en un baúl bajo llave fuera del alcance de todos. La llave de este baúl la tenía atada a su cinturón, el cual usaba todos los días, sabiendo el peligro que corría su matrimonio si un día su hoy esposa lograba obtenerla. Ya que pese a sus tres hijos y la vida familiar que él tanto había añorado, sabía que su esposa no era feliz. Al fin y al cabo ella había tomado la decisión un día de dejar la vida terrenal para irse a vivir al mar. Y por culpa de él ya no pudo volver.
Un día de tantos en los que el hombre familia salió a pescar con sus colegas, digna herencia de los hombres de las Islas Kalsoy, se tocó el cinturón por inercia y no sintió el tacto frío que producía la llave dorada que llevaba en el largo cuero. La había dejado en casa. Asustado y desesperado, regresó tan pronto pudo de mar abierto a Mikladalur. Corrió lo más que pudo al llegar a tierra y recorrió la costa para llegar a su casa. Allí solo pudo encontrar a sus tres hijos solos en casa, donde el baúl se encontraba abierto. Su mujer se había ido.
Ella había caminado hasta la orilla con la piel de foca entre sus manos. Se la volvió a enfundar, no sin antes voltear y dar una última mirada a este lugar que había sido su hogar durante tanto tiempo. Miró con algo de melancolía la colina en donde se veía su casa, nostálgica por dejar a sus hijos, pero feliz por volver a casa. Una gran ola golpeó contra las rocas y aprovechando este estruendo, ella se lanzó al mar, desapareciendo en las profundidades del mar con la intención de no volver más.
El hombre y sus tres hijos esperaron años el regreso de su mujer. Miraban con anhelo el océano desde las costas abruptas de Kalsoy. Pero, ella jamás regresó. Cegado por la ira, tomó la decisión de reunir a cuántos hombres pudiera para matar a todas las focas que encontrase durante la próxima noche de la víspera de los Tres Reyes. Las acorralarían en la costa al salir de la cueva y consumaría la venganza contra la mujer que lo había abandonado a él y a sus tres hijos. Pero, la noche antes del suceso su esposa se le apareció en sueños advirtiéndole:
"Todos ustedes morirán en el mar. Algunos despeñados desde los acantilados, otros ahogados después de las celebraciones, otros engullidos por una tormenta. Pero todos los hombres de Mikladalur serán condenados a morir en el mar."
Si el furioso y cegado hombre seguía con su plan de venganza, la maldición de la Mujer Foca caería sobre todos los hombres de Mikladalur. El sujeto ignoró el sueño y la noche siguiente de la víspera de los Tres Reyes y continuó su plan. Junto con otros hombres mataron a todas las criaturas marinas que encontraron. Descargo su ira con furia, sin importarle las consecuencias. Por medio de la ira, el hombre había cumplido lo prometido. Esa noche, Kópakonan subió a la superficie y lanzó una maldición sobre ese lugar que tanto daño le había hecho a los de su especie: "Todos los hombres de Mikladalur están condenados a morir en el mar." Desde ese momento, jamás se volvió a ver una persona foca por las costas de Mikladalur. Pronto, en las mismas costas, fueron encontrados los cuerpos del vengativo esposo junto con tres cachorros de foca, eran sus hijos. Se encontraban muertos juntos a las piedras de las costas. Ellos fueron los primeros en morir. Desde entonces, cada vez que un hombre de Mikladalur muere en el mar, los ancianos del lugar hacen referencia a Kópakonan, la mujer foca de las Islas Feroe.
Allí en Mikladagur, se encuentra una escultura de Kópakonan, la mujer foca de las Islas Feroe, de 2,6 metros de altura, está hecha en bronce y acero inoxidable y tiene un peso de cuatrocientos cincuenta kilogramos. La escultura está diseñada para resistir olas de trece metros de altura.
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