“Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá, durante
el reinado de Herodes, vinieron unos Magos de Oriente a Jerusalén y
preguntaron: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto
su estrella en Oriente y venimos a adorarlo”. Sólo esta breve mención en el
Evangelio de Mateo, bastó para inmortalizar a un grupo de Magos y una estrella,
cuya existencia es uno de los mayores misterios de la astronomía.
La primera referencia que es en un relato,
escrito a finales del siglo XIX por el estadounidense Henry Van Dyke
(1852-1933) y traducido desde entonces a 13 idiomas, Arbatán era astrónomo y
habría dedicado 30 años de su vida a buscar al Mesías para darle "tres
preciosas joyas" -un zafiro, un rubí y una perla- que no pudo ofrecerle el
día de su nacimiento, porque se entretuvo en el camino.
Según el relato, Melchor, Gaspar y Baltasar partieron antes que él guiados por la gran estrella
de Navidad, un fenómeno que astrónomos de todo el mundo han intentado analizar
a lo largo de la historia, y que algunos han identificado con cometas parecidos al famoso Cometa Halley, aunque este apareció en el año 12 antes de Cristo.
Claro que, según los cálculos de Kidger, todo
aquello sucedió no un 6 de enero sino varias semanas después de que naciera el
Mesías, "en torno al 21 de marzo del año 5 antes de Cristo".
Según Kidger, del Centro
Europeo de Astronomía Espacial (ESAC), sostiene que los Reyes, eran sacerdotes
que se dedicaban a interpretar las "señales" que veían en el cielo y
que lo que les guió casi con seguridad desde el mar Caspio, a unos 1,300
kilómetros de Belén, fue una estrella nueva, una nova.
El significado peyorativo del concepto de mago y la
prohibición de la práctica de la magia por los textos bíblicos hicieron que
esta denominación estuviese mal vista para nombrar a estas tres figuras que
adoraron a Jesús en Belén. Es probable que se haya decidido hablar de tres
Magos y tres obsequios para el niño Jesús en un sentido simbólico.
Continuando con el relato de Artabán, el punto de encuentro de los cuatro reyes e inicio de la travesía conjunta era El zigurat de Borsippa, con sus altos muros y
siete pisos. Hacia allí acudía Artabán, con un diamante protector de la
isla de Méroe, un pedazo de jaspe de Chipre, y un fulgurante rubí de las Sirtes
como triple ofrenda al Niño Dios, cuando topó en su camino un viejo moribundo y
desahuciado por bandidos: interrumpió el rey su viaje, curó sus heridas y le
ofreció el diamante al viejo como capital para proseguir el camino. Llegado a
Borsippa, sus compañeros de viaje habían partido.
Continuó en soledad en pos de su destino,
pero arribado a Judea, no encontró ni a los Reyes ni al Redentor, sino hordas
de soldados de Herodes degollando a recién nacidos: a uno de ellos, que con una
mano sostenía a un niño y en la otra blandía afilada espada, ofrece el rubí
destinado al Hijo de Dios a cambio de la vida del niño. En esta actitud es
sorprendido: es apresado y encerrado bajo llave en el palacio de Jerusalén.
Treinta años duró el cautiverio, y fueron
llegando ecos de los prodigios, consejos y promesas de un Mesías que no era
sino el Rey de Reyes al que fue a adorar. Con la absolución y errando por las
calles de Jerusalén, se anunció la crucifixión de Jesucristo; encamina sus
pasos al Gólgota para ofrecer la adoración largamente postergada, cuando repara
en un mercado en el que una hija es subastada para liquidar las deudas su
padre. Artabán se apiada de ella, compra su libertad con el pedazo de jaspe, la
última ofrenda que le quedaba es ofrecida y Jesucristo muere en la Cruz:
tiembla la tierra, se abren los sepulcros, los muertos resucitan, se rasga el
velo del templo y caen los muros.
Una piedra golpea a Artabán y entre la
inconsciencia y la ensoñación, se presenta una figura que le dice: “Tuve hambre
y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me
vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”.
Desorientado y exhausto pregunta: “¿Cuándo hice yo esas cosas?”, y con la misma
expiración recibe la respuesta: “Lo que hiciste por tus hermanos, lo hiciste
por mí”. Con él se elevó a los mismos cielos que en su juventud le guiaron en
pos del Destino finalmente alcanzado.
El nombre “Artabán” proviene del persa y
corresponde a cuatro reyes partos, así como a un hermano de Darío I y un
general de Jerjes.
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