domingo, 17 de agosto de 2025

El Hombre tragado por un Leviatán

En las vastas y misteriosas profundidades del océano, las leyendas han navegado a través del tiempo, tejiendo relatos de maravillas y peligros casi imposibles. Desde mitos de criaturas marinas hasta historias de valientes navegantes, la vida en el mar está marcada por la ironía y el asombro, donde lo cotidiano puede transformarse en lo extraordinario en un abrir y cerrar de ojos. Entre narraciones, surge la asombrosa y trágica historia de un hombre tragado por una ballena, un recordatorio de que, en un abrazo de las olas, la realidad y el mito a menudo se entrelazan de manera sorprendente.

En el año 1891, durante una expedición ballenera cerca de las Islas Malvinas, el ballenero británico Star of the East se encontraba en casa de un enorme cachalote. Cuando se encontraba en observación, se avistó un enorme cachalote a unas tres millas de distancia. El barco arrió dos botes pequeños y comenzó una carrera entre los dos balleneros y la ballena. El joven aprendiz James Bartley, nacido en 1870, se encontraba en el primer bote en llegar al costado de la ballena. El arponero se inclinó y clavó su arma profundamente en los órganos vitales de la ballena. La bestia, herida, comenzó a agitarse en las aguas espumosas en agonía. Bartley y los demás remaron frenéticamente para escapar del animal que forcejeaba, pero sus latigazos volcaron el bote, arrojando a los hombres a las gélidas aguas. La segunda lancha llegó y recogió a los supervivientes. Pero dos hombres estaban desaparecidos, y uno de ellos era el joven aprendiz James Bartley.

Comenzaron a buscarlo luego de que la situación se calmó, pero no lo encontraron. Dieron por muerto a su compañero Bartley después de unas horas y después se prepararon para seguir al cachalote herido ya que no podía encontrarse lejos. Quería asesinarla para extraer su aceite. Pronto, el ballenero dio con el animal a la que rápidamente arponearon nuevamente. El cadáver de la ballena emergió a la superficie a solo unos cientos de metros del barco. La tripulación ató una cuerda a la ballena y la izó hasta el costado del barco. Inmediatamente, los hombres comenzaron a abrirla y a despegarla de la grasa del lomo. Esa misma noche, cuando la tripulación intentó extraer el estómago, notaron movimiento dentro del gran saco. Creyendo que algún gran animal marino estaba atrapado dentro, abrieron el estómago y descubrieron que se trataba del marinero desaparecido Bartley. 

Allí descubrieron que James Bartley había sobrevivido. Fue descubierto en el estómago de la ballena por sus compañeros sin saber que se encontraba dentro, ya que el calor habría podrido la carne. El joven marinero estaba vivo, apenas respirando, pero su piel se había decolorado por los jugos gástricos, su cabello se había caído y tenía en los ojos una membrana mucosa y pegajosa. La tripulación tuvo que reanimarlo con agua helada de mar durante casi cuatro horas para que volviera en sí. Una vez consiente, él hablo de una oscuridad total, un calor insoportable y de paredes carnosas que parecían cerrarse con cada respiro. Habían transcurrido ya 36 horas de su desaparición. Durante casi dos días, Bartley sobrevivió en las entrañas de la criatura, con su mente quebrada por el terror y su cuerpo afectado por el estómago caliente del animal. Al regresar a puerto fue atendido donde se estableció que no volvería a ver con claridad por el resto de su vida. A pesar de eso, Bartley que regresó al trabajo tres semanas después. El joven indicó: “Fui tragado hacia la oscuridad, hacía un calor sofocante, hacia el lento remolino de ácido y presión que aplasta todo. Pero no quería morir, tenía la voluntad de vivir.”

Su historia apareció en periódicos estadounidenses. Un artículo anónimo apareció en el St. Louis Globe Democrat de San Luis, Misuri, y luego la nota apareció en otros periódicos con el título "Un Jonás moderno". Posteriormente, la historia fue reimpresa en periódicos internacionales, como el Yarmouth Mercury en Inglaterra, Great Yarmouth, el 22 de agosto de 1891, bajo titulares como "El hombre en el estómago de una ballena" y "El rescate de un Jonás moderno".

Durante décadas, la crónica de Bartley se contó y replicó en diarios y revistas, panfletos y sermones religiosos. Lo ocurrido con el marinero funcionaba como testimonio. La historia bíblica en la que Dios salvó a Jonás de terminar ahogado al ser tragado por una ballena en cuyo vientre permaneció tres días y tres noches hasta ser devuelto a la costa, era posible.

James Bartley nunca sanó del todo, si su piel ni en su mente, pero se mantuvo firme en su trabajo y en su vida personal. Su trabajo como marinero duró poco luego de la experiencia y, una vez en Londres, se dedicó a ser zapatero. Falleció completamente ciego, 19 años después, en el año 1909 a la edad de 39 años. En su lápida, en el cementerio de la iglesia de Gloucester, al suroeste de Inglaterra, hay un breve relato de su experiencia en el mar y una nota a pie de página que dice: James Bartley -1870-1909 - Un Jonás moderno.

Las ballenas, como la jorobada o la azul, tienen unas láminas elásticas de queratina, la misma proteína que tenemos en el pelo y las uñas, en lugar de dientes. Cuando se alimentan, abren sus bocas a casi 90 grados, tragan una cantidad enorme de agua y usan esas láminas o barbas como colador para retener plancton y krill (crustáceos marinos diminutos). Sus gargantas son muy angostas. Es una abertura demasiado estrecha y eso se debe a que estos animales no tragan presas de gran tamaño sino muchas cosas pequeñas.

Se dice que es poco probable que alguien sobreviva a ser tragado por una ballena ya que atravesar el esófago y llegar al estómago es algo casi imposible, ya que la garganta de una ballena es muy estrecha, aproximadamente del tamaño de un puño humano, y solo puede estirarse hasta unos 38 centímetros de diámetro para dar cabida a una comida más abundante. Incluso si una persona lograra sobrevivir a la deglución y llegara al estómago, se encontraría en un entorno hostil. Los cachalotes tienen cuatro cámaras estomacales, como una vaca, llenas de enzimas digestivas. Además, no hay aire dentro del estómago, lo que haría imposible la supervivencia.

Ser tragado por una ballena y sobrevivir en su vientre es una historia magnífica y muy conocida. En Las aventuras de Pinocho (1883), popularizada por la adaptación cinematográfica de la novela de Walt Disney en el año1940, Geppetto, el padre de Pinocho, es tragado por una gran ballena y vive en su estómago durante varios años, sobreviviendo con los restos que come la ballena. Más tarde, Pinocho es tragado por la ballena y, junto con su padre, escapan con la ayuda de un atún.

Otra historia similar es "Cómo la ballena se atragantó", de Rudyard Kipling. Cuenta la historia de un marinero náufrago que fue tragado por una ballena junto con su balsa. Una vez dentro, el marinero saltó tanto que la ballena tuvo hipo y accedió a liberarlo. Justo antes de salir, el marinero atascó la balsa en la garganta de la ballena para que ya no pudiera comer gente. Desde entonces, la ballena solo pudo comer peces pequeños.

domingo, 10 de agosto de 2025

Top 37 de Trabajos que ya no Existen

A lo largo de la historia, el tiempo ha sido el gran escultor de la sociedad. Con cada avance tecnológico, cada cambio cultural y cada transformación económica, el mundo laboral ha ido adaptándose, dejando atrás oficios que alguna vez fueron esenciales. El paso del tiempo no solo modifica nuestras costumbres y formas de vida, sino que también redefine qué trabajos son necesarios y cuáles se vuelven obsoletos. Desde el pregonero que anunciaba noticias en las plazas hasta el operador de telégrafo que conectaba continentes con pulsos eléctricos, muchos oficios han desaparecido, arrastrados por la marea del progreso. Estos trabajos, aunque ya no existan, fueron pilares fundamentales en su época y reflejan cómo la humanidad ha evolucionado en su forma de producir, comunicarse y vivir. Explorar los trabajos que han quedado en el pasado no solo es una mirada nostálgica, sino también una oportunidad para comprender cómo el cambio es constante y cómo el futuro del trabajo seguirá transformándose.

1. Recolector de sanguijuelas

Durante la medicina medieval, las sanguijuelas medicinales se consideraban milagros médicos que chupaban la sangre tóxica y las enfermedades del cuerpo. La profesión dejó de ejercerse cuando empezaron a propagarse más enfermedades.

2. Fabricantes de carruajes

Estos hábiles artesanos solían diseñar y fabricar los carruajes tirados por caballos. Su trabajo implicaba complejas técnicas de carpintería, metalistería y tapicería. Con la invención de los automóviles y los trenes, la demanda de vehículos tirados por caballos desapareció, dejando obsoleto este oficio.

3. Deshollinador

También llamados Knellers, es un trabajo que existió durante cientos de años, alcanzando su punto alto durante la Revolución Industrial y cayendo en declive tras la adopción de alternativas eléctricas y de gas. Los deshollinadores se ocupan de retirar de forma periódica el hollín acumulado en las paredes de las chimeneas por causa de su uso con propósitos higiénicos. Hoy en día todavía se pueden encontrar deshollinadores, pero no son tan frecuentes como antes.

4. Farolero

Desde el siglo XVII hasta principios del XX, un farolero era un empleado que se encargaba de encender las farolas en las calles. En la actualidad, el alumbrado público es eléctrico pero en casos muy reducidos, existe un pequeño número de faroleros en ciertas regiones del mundo que continúan haciendo su trabajo en zonas donde las farolas no tienen electricidad.

5. Aldabonero

Antes de que se inventara el primer despertador mecánico en 1847, la gente contrataba a los aldaboneros para que les ayudaran a disparar guisantes a sus ventanas o a golpear los cristales con largas varas para no quedarse dormidos en el trabajo o durante una siesta. Se cuenta que fue un oficio medieval que trascendió en el tiempo hasta desaparecer por la nueva tecnología. Con el nacimiento de la alarma del reloj despertador, el oficio quedó en el olvido.

6. Quitapelusas

Estos trabajadores, a menudo niños, se encargaban de la tediosa tarea de retirar las bobinas vacías de las máquinas de hilar en las fábricas textiles. El trabajo era físicamente exigente, repetitivo y peligroso, ya que requería manos ágiles cerca de maquinaria pesada. La llegada de la maquinaria textil automatizada hizo innecesaria esta tarea.

7. Lectores en voz alta

Desde el siglo XVIII, el trabajo de los lectores era leer noticias y literatura en voz alta a los empleados, casi como un cuento para adultos sin la hora de dormir, todo con la necesidad de un poco de distracción en el trabajo. Aunque algunos pastores y educadores son llamados lectores hoy en día, este tipo de lector era muy empleado en las fábricas de tabaco, pero fue descartado para la mayoría, probablemente por ser demasiado distractor en el trabajo.

8. Cantero

Desde la antigüedad, muy activo en la Edad Media y a finales del siglo XIX, los canteros se dedicaban a la construcción, extrayendo piedra que se utilizaba para otros fines de construcción de viviendas. Hoy en día, se usan maquinarias de construcción para mover objetos pesados, además de personal que supervisa y prepara mezclas para las obras de construcción. Aunque no ha desaparecido en su totalidad, es un oficio raro de vez hoy en día con la modernidad.

9. Pregonero

Un pregonero se encargaba de gritar las noticias importantes desde las esquinas, una tradición que se remonta desde la Edad Media al siglo XVIII. Sus estruendosas voces desfilaban por las calles con una presencia audaz y aguda. En la actualidad se cuenta con su reemplazo tecnológico; la radio, la televisiónel internet y sus redes sociales como Twitter, por ejemplo.

10. Huevero

Un trabajo sin requisito alguno y era un oficio tradicional en mercados rurales. La forma de vender huevos en cartones fue inventada en el año 1911, y los hueveros empezaron a vender lotes de huevos al mayor y a veces, los cambiaban por otras aves de corral. Al final, no pudieron contentarse sólo con huevos y aves de corral y añadieron otros alimentos a la mezcla. Hoy en día, se puede encontrar a estos vendedores en los mercados de agricultores.

11. Tendero de licor

También llamados Sneaky Hush, los tenderos eran aquellos que vendían en secreto las ventas de licor durante la prohibición. En la actualidad, con la modernización, cualquiera puede tener acceso sin problema a una licorería y obtener una bebida en casi cualquier lugar.

12. Mercero

El mercero era también llamado un comerciante de pequeños artículos y estuvo activo desde el siglo XVII. Los pequeños artículos podían ser las diferentes herramientas de costura como botones, cintas y cremalleras. La venta de estos pequeños accesorios sólo duró un tiempo, y el puesto desapareció cuando se lanzaron tiendas de artesanía más grandes. Brooks Brothers fue uno de los primeros establecimientos de mercería en el año 1818.

13. Limpiador de letrinas

Desde tiempos antiguos, pero institucionalizado en la Edad Media, los limpiadores de letrina se encargaban de excavar y retirar los desechos humanos de las letrinas y pozos negros entre los siglos XV y XVII. Con la generalización de los sistemas de alcantarillado modernos, este trabajo desapareció. Un trabajo que apestaba y nadie quería hacer.

14. Frenólogo

Un oficio popular entre 1800 y 1850. Los frenólogos eran maestros en "la única y verdadera ciencia de la mente", o lo que es lo mismo, la lectura de la inteligencia basada en la forma de la cabeza. Por mucho tiempo se les consideró adelantados a su época por su manera de leer la inteligencia individual de una persona por la forma de su cráneo. Esta práctica se desvaneció y finalmente se disolvió en el año 1967.

15. Monos de pólvora

También llamados Powder Monkeys, se refería a los jóvenes de los barcos de guerra que metían pólvora en los cañones, durante la Edad de la Vela. Con la innovación de la artillería, la posición de los monos de pólvora desapareció.

16. Resucitador

En los siglos XVIII y XIX, los estudiantes de medicina necesitaban cuerpos para hacer sus prácticas y los resucitadores acudían para desenterrar a los cadáveres y venderlos a las facultades de medicina para obtener un dinero extra. Aunque es un trabajo cuestionable y prohibió debido a la ética, llegó a escalar hasta convertirse en Saqueadores de Tumbas, un oficio que en la actualidad se ve en muchos cementerios después de horas nocturnas.

17. Señalizador

Era el responsable de señales que ayudaba a manejar manualmente las múltiples agujas y palancas de cambio para asegurarse de que todos los trenes se movieran en la dirección correcta. Una vez que los ferrocarriles se informatizaron a finales de los años 60, los señalizadores perdieron su trabajo.

18. Trabajador de mantenimiento de vías férreas

Conocidos como Gandy Dancer desde mediados del siglo XIX, eran los trabajadores ferroviarios que mantenía las vías limpias y en buen estado años antes de que el trabajo fuera realizado por máquinas. Sin embargo, todavía se puede encontrar esta labor viva en principales ferrocarriles de ciudades que aún mantienen este medio de transporte.

19. Leñador

Aunque es un oficio antiguo, se profesionalizó en el siglo XIX. Eran aquellos fornidos hombres que se dedicaban a cortar árboles para su venta y preparación. Debido a los avances tecnológicos, el oficio se fue reduciendo cada vez más y ahora es un sector pequeño que realiza el trabajo aún.

20. Hieleros

A principios del siglo XIX, el corte de hielo era una tarea bastante común que consistía en serrar a mano bloques individuales de hielo de lagos y ríos para ayudar a almacenar alimentos fríos durante el invierno. Luego se inventaron las neveras y congeladores y el trabajo se extinguió.

21. Buscadores en el barro

Fue un oficio informal en el siglo XIX, cuando la situación de extrema pobreza era fuerte. Los albañiles, una ocupación típicamente dominada, se iban a los ríos a rebuscar en busca de objetos valiosos que revendían al público. A principios del siglo XX este trabajo se consideraba ilegal y estaba mal visto.

22. Sopladores de talleres

Llamados Lungs, eran personas empleadas para avivar el fuego en los talleres de alquimia, principalmente entre los siglos XIV y XVI, con el único método de soplar. Era un oficio artesanal pero debido a todos los materiales tóxicos que se empleaban en los laboratorios, los pulmones del trabajador se ennegrecían y el trabajo quedaba en suspenso.

23. Mujeres vacían orinales

Como oficio doméstico en el siglo XIX, las también llamadas Mujeres Necesarias, eran conocidas por vaciar orinales llenos de desperdicios a lo largo del día. No fue hasta el final del periodo colonial cuando los baños interiores se convirtieron en algo habitual, y el trabajo se actualizó hasta la era contemporánea, con las personas que realizan trabajos de servicios.

24. Desratizador

Un oficio urbano desde el siglo XIX en la época victoriana. Los desratizadores capturaban a las ratas en la calle y las vendían a las tabernas, donde se las comían los perros y jugaban con ellas para el entretenimiento. Un oficio casi pasajero que quedó en el olvido.

25. Ascensorista

Con la modernización y urbanización, otros trabajos surgieron y otros también desaparecieron, este en particular aún se mantiene en un pequeño sector. Antiguamente, los ascensoristas se encargaban de controlar todo, desde las puertas y la dirección hasta la velocidad y la capacidad de la cabina del ascensor, no solo era pulsar un botón. En los años 50, los ascensores automáticos se hicieron más comunes y los individuos tuvieron que pulsar su propio botón.

26. Colocador de bolos

El oficio fue popular entre los años 1920 y 1950. El puesto de colocador de bolos en un establecimiento de bowling o bolera era para organizar manualmente los bolos para cada partida. Era ideal para aquellas personas que les gustaban los juegos y necesitaban un poco de dinero extra. El trabajo fue desplazado una vez que Gottfried Schmidt inventó el colocador mecánico en el año 1936.

27. Operadoras de centralita

Desde los años 1900 hasta los años 1960, las operadoras de centralita conectaban las llamadas de larga distancia y dirigían la comunicación antes de que la centralita digital cambiara el juego. Trabajaban en grandes tableros, conectando y desconectando cables para enrutar las llamadas, a menudo en entornos de ritmo acelerado. Para la década de 1960, los avances tecnológicos automatizaron este proceso, haciendo que el trabajo fuera redundante.

28. Mecanógrafa

Desde 1880, pero masiva en el siglo XX, las mecanógrafas (porque en su gran mayoría eran mujeres) eran puestos populares en las industrias editorial, administrativa y de oficina. Hoy en día, la función simplemente se ha mejorado con los ordenadores y siguen siendo demandadas hoy en día, pero sin la máquina de escribir.

29. Cobrador de deudas

Un oficio formalizado en el siglo XX, es conocido también como Catchpole, y se trata de una persona encargada de cobrarle el dinero que debe la persona. Un tipo de intermediario entre la persona que debe y dueña del dinero. Hoy en día sigue habiendo cobradores de deudas y de impuestos, pero ninguno con este extraño título.

30. Relojero para dar cuerda a los relojes

Llamados Clockwinder, su función era dar cuerda a los relojes. Durante la Revolución Industrial, sólo era cuestión de tiempo que se fabricaran relojes eléctricos, que requerían menos mantenimiento y menos reparaciones. Su función duro hasta los años de 1970.

31. Billy Boy

Un término local surgió durante los años 50 y 60 para aquellos jóvenes aprendices en formación que preparaban té para los demás hombres en el trabajo. Era como ser un pasante en una cadena de cafeterías similar a Starbucks.

32. Computador

No se refiere a las computadoras de mesa o laptops que se usan en tiempos actuales, sino a las "computadoras", generalmente mujeres, calculaban cifras, cálculos y hacían números a mano durante todo el día. Mary Jackson, Katherine Johnson y Dorothy Vaughan son tres Computadoras Humanas cuyo trabajo secreto permitió las expediciones espaciales de la NASA entre 1940 y 1960.

33. Film Boxer

Se trata de un oficio técnico en la industria del cine, desde los años 1930. Un film boxer trabajaba en empresas de entretenimiento de vídeo para recoger y empaquetar botes de película para almacenarlos o enviarlos. Con el avance de la tecnología, tanto la película como el puesto quedaron obsoletos.

34. Remolcador

Conocidos como Hobber, eran aquellos que se encargaban de remolcar los barcos de los ríos y canales, como operador de embarcaciones. Hoy en día siguen existiendo puestos similares de marinero de cubierta.

35. Lechero

Desde los años 50 hasta los años 70, el lechero entregaba todas las mañanas, como un reloj, botellas y jarras llenas de leche. Si había suerte, a veces incluso entregaba otros productos esenciales para la cocina, como huevos y mantequilla. Con el auge de la refrigeración doméstica, la leche se mantuvo, pero la profesión caducó. 

36. Tejones

También llamados Badgers, eran recolectores o inspectores, activo en el siglo XX, que servían de intermediarios que compraban los productos a los agricultores y luego los vendían a los clientes en el mercado agrícola. Sus tácticas de negocios era tan persistentes que la expresión de "acosar a alguien" proviente de ellos. Los intermediarios existen hoy en día, pero el término "tejones" no.

37. Redsmith

Desde el siglo XIX, pero más común en el XX, los Redsmiths eran artesano en cobre. El término redsmith proviene del color bronce brillante del cobre y todavía hay muchos de ellos en la actualidad. Sin embargo, el término herrero o forjador se ha convertido en algo más común.

domingo, 3 de agosto de 2025

El Vampiro de la Línea 7

El metro... un sistema de transporte tan cotidiano se convierte en el principal escenario de esta leyenda urbana de la vasta Ciudad de México. Durante el día es la forma de viaje de cientos de usuarios que se desplazan a sus hogares y lugares de trabajo pero de noche, se transforma en un espacio de terror donde convergen historias y mitos. Desde las estaciones solitarias al apagarse la luz del sol hasta los silenciosos túneles del metro, todo se transmuta en corredores oscuros que son ideales para la creación de relatos que juegan con los miedos más profundos de sus pasajeros. 

En el Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro de la Ciudad de México, hay una de sus estaciones que es muy infame por sus aterradoras leyendas, se trata de Barranca del Muerto, una terminal ubicada en la Línea 7, a cuarenta metros bajo tierra. Su nombre, que por sí solo evoca un sentimiento de inquietud y misticismo, pero no tiene relación a ningún hecho paranormal, sino que se debe a que en la zona de los alrededores había una barranca que en los tiempos de la Revolución hacía de fosa común. Ese punto ha sido el origen de muchas historias, sin embargo, ninguna es tan perturbadora como la del Vampiro de Barranca del Muerto.

Se cuenta que una noche oscura del mes de noviembre, los trenes estaban casi vacíos y recorrían su última vuelta antes de que el servicio se detuviera hasta el día siguiente. Como Barranca del Muerto es terminal, los trenes que llegaban ya estaban en resguardo por ser el último punto de la línea. Allí, se encontraba un joven llamado José que, exhausto después de una larga jornada laboral, tomó el último tren del día y con cansancio, no pudo mantenerse despierto y cesó ante el sueño. Pronto, el hombre despertó de manera abrupta en medio del vagón, el tren no se movía y él había pasado de largo su estación. No había luces, no había sonido y lo único que lo rodeaba era una densa oscuridad. Confundido y algo inquieto, se incorporó y se dio cuenta que el tren se encontraba detenido en el túnel. Ya era medianoche.

Pensó solo en esperar en la penumbra a que el servicio del metro reanudara sus actividades en la mañana pero algo lo sobresalto. Comenzó con algo suave como un siseo en la oscuridad pero luego los sonidos inquietantes se hicieron presente hasta que se escuchó un gemido, un gemido que al parecer provenía de uno de los extremos del vagón. El miedo lo invadió y sus manos comenzaron a temblar. Con el corazón palpitándole fuerte, sacó de su bolsillo un encendedor y al iluminar la pequeña zona donde se encontraba, se despejó un poco la oscuridad y observó con horror, una escena bizarra que no olvidaría jamás. 

Justo al final de ese mismo vagón, se encontraba una extraña figura, de piel de un tono amarillo pálido, alta y muy delgada, de casi de dos metros de altura que se movía con movimientos erráticos y antinaturales. La extraña forma se encontraba encorvada sobre lo que parecía ser otra persona, un indigente con exactitud. El hombre observó con horror que la criatura tenía uñas bastante largas y afiladas, además de tener ojos con un tono rojo que brillaban cuando le daban pequeños roces de luz, hasta la luz del pequeño encendedor. Al mirar con atención, el joven vio que la bestia clavaba sus colmillos en el cuello de su víctima, como si se tratara de un depredador que acabara de atrapar a su presa.

De inmediato, el joven quedó congelado del miedo y no pudo evitar soltar un pequeño jadeo. El leve sonido atrajo la atención de la criatura y sus ojos rojos se posaron directamente en su nueva y potencial víctima. Sin pensarlo dos veces, el joven lanzó su encendedor al piso y se aproximó con rapidez a una de las ventanas de emergencia del vagón. Con desespero, rompió el vidrio y se deslizó hacia el oscuro túnel. El miedo lo acompañaba pero sus piernas no se detuvieron. Con el corazón queriéndose salirse del pecho, podía escuchar a poca distancia como se iba acercando a pasos rápidos la criatura. 

El rasguño de sus garras contra las paredes del túnel y sus movimientos erráticos, dejaban ver que sus intenciones eran de perseguirlo y atacarlo. La estación estaba cerca pero el eco desesperante de los sonidos, hacía pensar que estaba a punto de ser atrapado en cualquier instante. Cuando la respiración estaba a punto de fallarle, vio las luces de la estación Barranca del Muerto, donde corrió con todas sus fuerzas.

El joven con desespero, saltó desde el túnel a la plataforma, cayendo torpemente. Al mirar hacia atrás, el sonido de la criatura se desvaneció en la oscuridad, como también sus ojos rojos en el túnel. Estaba a salvo, al menos por el momento. Pensó que hubiera pensado si esa criatura lo hubiera atrapado antes de llegar a la plataforma. Aturdido y cubierto de sudor frío, apenas tuvo tiempo de recomponerse cuando el personal de seguridad de la estación lo interceptó. El joven, con el rostro desencajado, intentó explicar lo que acababa de suceder, pero los guardias lo miraron con escepticismo. Ninguno de ellos creyó su historia, excepto una mujer de mediana edad, que se encontraba en la estación y había notado el estado de shock del joven.

La mujer interceptó al personal de seguridad y les indicó que el joven actuaba como si estuviera desesperado escapando de algo que le generó extremo terror, ellos solamente le indicaron que realizarían una investigación. Intrigada, la mujer decidió investigar por su cuenta. Armándose de valor, se dirigió hacia el tren que se encontraba a mitad del túnel. Para su sorpresa, una de las ventanas de emergencia estaba rota, tal como lo había descrito el hombre. Al entrar al vagón, no vio ninguna criatura, pero lo que sí encontró fue un charco de sangre fresca en el suelo, un rastro silencioso de la espeluznante verdad que se escondía en las profundidades del metro.

Desde ese día surgió la leyenda del Vampiro de Barranca del Muerto, una historia que ha recorrido la ciudad, contada en susurros por los pasajeros más supersticiosos y mencionada en los programas de radio locales dedicados a lo paranormal. Algunos aseguran haber visto a la criatura merodeando por los túneles a hasta horas de la noche, como si buscara a alguna persona en particular.

Recientemente, salió un cortometraje en YouTube llamado Vampiro, inspirada en la oscura leyenda. Fue dirigido por Luisan Cortes

Dicha leyenda se inspira a su vez en el cuento corto "No se duerma en el metro" del escritor Mario Mendez Acostapublicado en el año 1994 por la Revista de Revistas. Sino lo has leído, te lo dejo a continuación:

Hay cosas en la vida, y eso incluye a esta Cd de México, que más vale que nunca averigüemos. La ignorancia nos permite dormir con placidez en la noche, y concentrarnos en nuestros respectivos trabajos. Por ejemplo: ¿Se ha preguntado usted qué les sucede a las personas que se quedan dormidas en el Metro, cuando éste llega a la Terminal de una línea, lo que causa que no escuchen la advertencia que les pide abandonar el vagón y sigan adelante en el mismo, adentrándose en un profundo túnel oscuro que aparentemente no lleva a ninguna parte? 

La verdad es que esa es una de esas cosas que en realidad no nos conviene averiguar, si es que queremos mantener la ilusión de que vivimos en un universo racional.

Sin embargo, no está de más tomar algunas precauciones sencillas, que bien pueden evitarnos experiencias en verdad lamentables. Una de ellas es la de no dormirnos nunca en el Metro; en especial, después de la puesta del sol. Para Arturo Marquina, periodista ya no tan joven, y autor ocasional de relatos de ficción científica, cuentos de horror y novelitas policiacas, ese descuido le produjo un extraño desarreglo que sus amigos califican casi de locura. Se niega Arturo, quien es una persona sensata, racional y de buen humor, a acercarse siquiera a las entradas al Metro. 

Se niega también a pasar por encima de las ventilas o registros del sistema de Transporte Colectivo de esta capital. En eso puede ponerse hasta agresivo y desagradable. Marquina se niega a hablar de esa extraña fobia que lo aqueja. Siempre logra desviar la conversación cuando se le interroga al respecto. Sólo una vez, en una cantina de Bucareli, después de varias horas de consumo y animada conversación, llegó un momento en que se puso serio e hizo una advertencia a uno de los amigos, que le dijo que usaba a el Metro cotidianamente y en especial a muy altas horas de la noche. 

“¿Llegas a alguna terminal a esas horas?, preguntó Arturo. Ante la respuesta afirmativa, nuestro amigo abandonó su discreción. “¿Tú has sabido qué le ocurre a las personas que se quedan dormidas en los vagones que siguen avanzando después de la última estación?-“La verdad, no”-repuso su compañero. “Yo sí lo sé”, continuó Arturo.”Esto que te voy a contar no es un cuento, te pido que me lo creas, por tu bien. Nunca lo repetiré ante ustedes”.

Fue hace justo un año. Serían cerca de las once de la noche y salía yo del trabajo después de un día durísimo. Tomé el Metro en la estación Hidalgo, y me dirigí hacia Tacaba. Ahí transbordé hacia Barranca del Muerto. Ya a esa hora, el Metro va casi vacío. Cerca de Tacubaya me quedé dormido. El tren llegó sin duda a la Terminal, sin que yo despertara. No oí la distorsionada voz de advertencia que sale del sistema del sonido, ni el insistente pitido del silbato electrónico que anuncia las paradas. 

Después, unos segundos después, cuando ya el vagón se dirigía hacia el inquietante túnel que continúa el trayecto, alcancé a ver el letrero y la insignia de mi estación de destino la cual quedaba atrás. Con preocupación y fastidio, pude ver que no iba solo. Unos asientos más adelante iba un tipo viejo y desastrado, en evidente estado de ebriedad que seguía dormido y cabeceaba con cierto ritmo. Pensé que quizá este tren cambiaría de vía y regresaría por el mismo trayecto en unos momento más. Pero no fue así.

“El vagón siguió adelante, se desvió hacia la derecha y después de avanzar varias decenas de metros, hizo alto en un lugar totalmente oscuro. El motor se detuvo y lo mismo la ventilación. El silencio más absoluto cayó sobre nosotros. Fue entonces cuando las luces se apagaron. Ahí, empecé a sentir algo de miedo. Había un poco de claridad, proveniente de la parte posteior del túnel. Por fortuna, traía mi linterna de bolsillo y además ésta tenía pilas. Me paré y me dirigí a mi aún dormido compañero de tribulación. Me acerqué a él y lo sacudí por el hombro. Me preguntó qué pasaba y rápidamente le expliqué nuestra situación. 

Respondió con una imprecación y puso su rostro contra la ventana para tratar de ver dónde nos hallábamos. Me di cuenta que este vagón se quedaría ahí toda la noche, por lo que me dispuse a tratar de forzar una de las puertas. Era inútil, me convencí que sólo saltando a través de una de las ventanas podríamos salir del carro. Fue entonces cuando oí un ruido en el techo. Algo cayó encima del vagón y recorría el techo. De pronto, se escuchó otro ruido en el extremo opuesto del carro. Dirigí el haz de mi linterna y pude ver una sombra que caía al suelo después de haber entrado por laventana. 

“¡Vaya, al fin!… ¡Oiga, necesitamos que nos ayude a salir!” No hubo respuesta. El borracho fue más directo. Avanzó hacia el intruso y lo tomó por las ropas. “¡Sáquenos de aquí! ¡Esto es un atropello, malditos burócratas!”. El extraño no respondió, sólo levantó una mano.

“A la luz de mi linterna pude ver que era blanca como la harina, delgada y fibrosa, y con unas larguísimas uñas que semejaban garras. Como un rayo, esa mano rasgó la garganta del pobre vagabundo. Fue entonces cuando vi el rostro del ser que tenía enfrente. Pálido, calvo, con enormes ojos amarillos, orejas largas, una nariz grotescamente respingada con dos protuberancias carnosas en la punta. Vi como abrió la boca llena de dispares y puntiagudos dientes, que pronto recibió el borbotón de sangre que salía del desafortunado pasajero.

Fue en esos momentos cuando recibieron mis narices la patada del nauseabundo olor que despedía esa criatura. El espectáculo y el olor me hicieron de inmediato vomitar. En medio de las arcas de la basca, escuché otro ruido metálico detrás de mí. ¡Alguien más entraba al vagón por otra ventana! No esperé un segundo más. Me lancé hacia el primer intruso, que aún se cebaba en su víctima, y derribándolos a ambos llegué a la ventana por donde había penetrado el primer monstruo. 

Escuché un forcejeo detrás de mí, con el que sin duda el invisible perseguidor se abría paso también entre la pareja víctima-victimario que se interponía entre nosotros. Salté fuera del vagón y logré caer en el suelo sin dislocarme siquiera un tobillo. Emprendí la huída, como un poseso, hacia el extremo iluminado del túnel. Detrás de mí se dejaba oír un jadeo que acompañaba rítmicamente a un penetrante chillido.

“La luz aumentaba poco a poco. Sentía que mi perseguidor rápidamente iba descontando ventaja. Decidí voltear la cabeza… y quizá eso sea lo que más me ha desgraciado la vida de toda esa experiencia. Vi a un ser similar al que había despedazado al pobre ebrio en el vagón, nada más que éste mostraba una regocijada sonrisa idiota. En la penumbra del túnel veía su tez, amarillo limón, y su larga frente con que se relamía con anticipación. Por fortuna, de frente llegaba otro tren de vagones del Metro. Salté a su paso y alcancé la parte central del túnel. Mi perseguidor no quiso hacer lo propio. Recorrí los últimos metros que me separaban ya de la iluminada estación. Al llegar a ella, subí al andén. Justo a tiempo. Unos metros atrás la criatura, que se había desplazado por el techo del túnel, asida de sus largas garras, tanto de manos como de pies, cayó detrás de mí y alcanzó a lanzarme un zarpazo a la pantorrilla”.

Arturo nos mostró una cicatriz, que aún dejaba ver las huellas de una prolongada infección que apenas había sido dominada.

“Ya en el andén, emprendí la carrera hacia la calle. No me detuve hasta llegar a mi departamento, donde atranqué la puerta y me refugié en un garrafón de mezcal.

“Me expliqué por qué en los talleres del Metro se trapea y se friega con tanto esmero el piso de los vagones todas las mañanas. ¡No se duerman en el Metro! Si lo hacen, corren el peligro de, por lo menos, no volver a dormir nunca más con tranquilidad”..