ATENCIÓN: La presente publicación es la segunda de cuatro Especiales de Halloween. ¡Disfrútenla!
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En los rincones más secretos de la historia, donde la ciencia se mezcla con la ambición y el miedo, nacen relatos que parecen advertencias, siendo el Proyecto Abigail, uno de ellos. No importa si fue real o no: lo que importa es lo que revela sobre nosotros como especie, lo cruel que podemos llegar a ser por ir más allá, por una obsesión. Esta reveladora historia contará como nació un monstruo, no de la naturaleza sino de la crueldad humana.
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Se cuenta que después de la Segunda Guerra Mundial y en pleno inicio de la Guerra Fría, los científicos a cargo de algunos experimentos en ambos bloques en disputa; Estados Unidos y la Unión Soviética se obsesionaron por dar los mejores resultados para que ganara su nación. Entre el enfrentamiento social, ideológico, militar y propagandístico, los investigadores de Norteamérica continuaron con uno de los proyectos secretos que en medio de la Segunda Gran Guerra quedó engavetado, y fue la creación de personas súper poderosas a nivel bélico. Para ello, fueron reunidos muchos científicos de varias nacionalidades, y eso incluía a académicos nazis que se pusieron a la orden de los Estados Unidos con el fin de ser indultados a cambio de ofrecer sus servicios y descubrimientos a la poderosa nación.

Entre ellos, se encontraba el científico noruego llamado Albert Western, un hombre conocido por ir más allá en sus proyectos y que decían en informes oficiales, que poseía poca humanidad, si se trataba de experimentar con animales, incluso humanos cuando aportaba sus conocimientos en ayuda a la organización paramilitar nazi Schutzstaffel. Sus experimentos con la genética podrían funcionar en lo que se buscaba, en los campos de la nueva tecnología. El objetivo militar era probar los límites del cuerpo humano en condiciones extremas, buscando crear una especie de súper soldado o entender la resistencia biológica más allá de lo natural. Albert se lo tomó como siempre, de manera personal. Debía ser el primero en hacer que el objetivo se alcanzara y más aún, que se tomara en cuenta su nombre finalmente por el logro de algo asombroso y famoso. Así pues, llegó al escenario su hija: Abigail Western, la cual sería la protagonista en su proyecto personal.
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Abigail era una joven chica rubia de 20 años, de ojos azulados y piel caucásica que vestía ropa elegante y poseía gustos refinados para la cocina y la confección. Le tenía gran respeto y amor a su padre, más no sabía los turbios experimentos y resultados que hacía su padre Albert a nivel científico. Ella vivía en Noruega junto con su madre Hilda desde antes que iniciara la Segunda Guerra Mundial, pero solían vivir en Alemania, donde sus padres se conocieron. Ella había ido desde su Noruega natal hasta los Estados Unidos para visitar a su padre, el cual le había indicado que tenía un nuevo trabajo, uno de gran importancia para la nación norteamericana. El encuentro entre ambos fue en pleno desierto de Nevada, en la base militar estadounidense utilizada como un campo de pruebas para desarrollar tecnología avanzada: la mismísima Área 51. Allí, Abigail comenzó a ver los informes y experimentos que su padre tenía comenzó a cuestionarlo, desde los experimentos con fetos humanos y mujeres embarazadas, hasta el ritmo espantoso y acelerado de hermanos siameses. Albert se dio cuenta que su hija, lo que más amaba en el mundo, no lo perdonaría jamás pero al mismo tiempo, ella sería su impulso para lograr lo que finalmente quería.
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Albert secuestró a su hija y la llevó hasta los cubículos de experimentación en niveles subterráneos para prepararla. El científico tenía a su disposición, un grupo de quince personas, que incluía a técnicos y otros doctores que anotarían el proceso pero que no debían de mencionar nada de lo que se vería en el cubículo, sería un proyecto secreto donde Albert estaría a cargo y en total control de todo. Abigail fue expuesta a dosis de radiación y recibía inyecciones químicas cada dieciséis horas. Las posteriores pruebas a las que fue puesta fueron tan crueles que deformaron su mente y su cuerpo. La ausencia de efectos adversos durante los primeros meses terminaría transformando más tarde a la joven en una criatura salvaje, agresiva y puramente primitiva. Su piel se volvió irreconocible, su comportamiento dejó de ser humano y, poco a poco, se convirtió en una criatura monstruosa, incapaz de volver a la vida normal. Albert ya no podía comunicarse con su hija pero sabía que, de alguna manera, la ahora criatura, mantenía un odio terrible y palpable hacía él.
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Pronto, oficiales y personal médico, como también analistas y personal gubernamental, comenzaron a ver cosas terroríficas dentro del complejo subterráneo. Desde sombras y gruñidos, hasta grandes rasguños en las puertas blindadas y desapariciones de los miembros de la plantilla de servicio. La situación llegó a su punto más alto dos años después, cuando Albert, intentando llevar a Abigail a niveles más profundos para mantenerla oculta y evitar más desapariciones de su parte, la criatura se liberó con tanta facilidad y salvajismo que no le quedó más remedio al infame científico que huir a los niveles superiores. En los pasillos del complejo fue la primera vez que pudieron ver a Abigail, los oficiales quedaron espantados con tan horrorosa aparición y las balas de las armas parecían no hacerle daño. Treinta y siete oficiales terminaron sin vida en el enfrentamiento. Algunos triturados y destazados, otros devorados. Albert Western decidió suicidarse, no sin antes, haber dejado una carta suplicando que no acabaran con la vida de su hija Abigail, sino que pudieran devolverle su humanidad al curarla.
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Durante décadas, exmilitares, científicos y trabajadores afirman haber visto una horrible aparición entre las zonas más alejadas del complejo que van desde sombras y gruñidos hasta gritos de desesperación y sonidos guturales en los largos túneles de ventilación. Algunos relatos aseguran que fue encerrada en una gran jaula electrificada creada con aleaciones de varios metales fuertes en las profundidades del Área 51, alimentada en secreto durante años, hasta que finalmente murió. Otros sostienen que aún en la actualidad, vaga en los pasillos subterráneos, un recordatorio viviente de lo que ocurre cuando la ciencia se convierte en obsesión.

Sin embargo, el ejército estadounidense dejó de alimentar al monstruo salvaje al inicio del milenio, esperando que terminase muriendo de hambre ya que su presencia ponía en peligro al personal, al material que albergaba el complejo y los experimentos que allí habían. La sorpresa para todos fue cuando en octubre del año 2003, la criatura que antes fue una bella chica, escapó de su gran jaula, destruyó una gran pared de las instalaciones y excavó hasta fuera del Área 51, perdiéndose en el desierto de Nevada. A las pocas semanas, campesinos y conductores de la ruta de la zona comenzaron a manifestar que habían visto una sombra enorme corriendo por las rocas acompañada de aullidos escalofriantes.

Hay un testimonio recuperado de uno de los encuentros de Abigail con oficiales y técnicos del complejo. Algunos sabían a que le hacían frente, pero otros desconocían que se encontraba allí abajo con ellos:
Nunca olvidaré el olor. No era solo el hedor metálico de los pasillos del Área 51, ni el aire seco del desierto que se filtraba por las compuertas. Era algo más denso, más vivo… como si la podredumbre respirara conmigo. Yo estaba allí. No como científico principal, ni como soldado de alto rango. Era un técnico, un engranaje más en la maquinaria del secreto. Mi trabajo era sencillo, debía vigilar los monitores, registrar los signos vitales, y no hacer preguntas. Pero en el fondo sabía que lo que ocurría en la sala de contención no era ciencia, era un sacrificio.
Todos sabíamos quién era. Abigail Wester, la hija del doctor a cargo del proyecto. La primera vez que la vi, estaba sentada en una camilla, con los ojos perdidos y la piel pálida bajo la luz fluorescente. No parecía una voluntaria. Parecía una víctima. El doctor hablaba de avances, de resistencia humana, de un futuro donde el cuerpo sería indestructible. Pero cada día que pasaba, Abigail se alejaba más de lo humano. Su piel se agrietaba, sus huesos parecían retorcerse bajo la carne, y su voz… su voz se convirtió en un gruñido que helaba la sangre.
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La sala donde la mantenían era fría, reforzada con acero y muy por debajo de los niveles subterráneos. Yo debía observarla a través del cristal. A veces, cuando creía que nadie me miraba, ella se acercaba lentamente y apoyaba la frente contra el vidrio. Sus ojos, deformes y enrojecidos, me buscaban. No pedían ayuda. Pedían fin. Una noche, mientras registraba los datos, escuché un golpe seco. Luego otro. El vidrio temblaba. Abigail estaba allí, golpeando con una fuerza que no podía pertenecer a un cuerpo humano. Los guardias corrieron, las alarmas sonaron, y yo… yo no pude moverme. La vi sonreír. Una sonrisa rota, llena de dientes que ya no eran suyos.
No escapó, pero si me fui y hui del proyecto. Entregué mis notas y no dije nada al respecto. No debía, no podía. En relación a Abigail, dicen que murió y que su cuerpo fue incinerado en algún horno subterráneo. Que el proyecto fue cancelado. Pero yo sé la verdad. Nadie me lo contó: lo vi con mis propios ojos. La puerta de acero nunca se abrió. Nadie entró a "retirar los restos". Abigail sigue allí abajo. Respirando.
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