¿Puede una persona por el trauma de la guerra convertirse en un asesino en serie? Los traumas siempre aplican diferente para todos, pero una gran conmoción puede causar síntomas físicos y emocionales que pueden durar hasta meses y, sino son tratados pueden empeorar y escalar a un trastorno por estrés postraumático (TEPT). Conoce aquí la historia de Fritz Honka, un monstruo que se creó por situaciones que afectaron su vida o que fue creado por los horrores del Holocausto.

Friedrich "Fritz" Paul Honka nació el 31 de julio de 1935 en la ciudad de Leipzig, Alemania, en el seno de una familia numerosa, ya que era el tercero de diez hermanos. Su padre Fritz Honka Sr., trabajaba como carpintero y su madre Elsa, como su asistente después de ser la encargada de la limpieza, pero los sueldos no eran suficientes para mantener a tantos hijos. La cosa fue peor con el estallido de la Segunda Guerra Mundial: el padre, conocido por sus ideas comunistas, fue detenido por los nazis y llevado a un campo de concentración. Lo mismo le pasó al pequeño Fritz y tanto él como su padre fueron liberados por los rusos. El regreso a la normalidad tras esta etapa en los campamentos nazis fue demencial. Principalmente para el progenitor, que se refugió en el alcohol. Su adicción y los efectos de su encarcelamiento le provocaron la muerte en el año 1946.

Ante el fallecimiento del padre, la madre se vio incapaz de cuidar de sus diez hijos y Fritz fue enviado a un orfanato. Allí pasó gran parte de su adolescencia sin haber conocido siquiera lo que eran los afectos hasta que comenzó a trabajar. Tenía quince años cuando el joven se inició como albañil, después se marchó a Alemania Occidental como jornalero en diversas granjas. Durante esta etapa mantuvo un romance y tuvo un hijo llamado Heinrich, pero Fritz se desentendió completamente ya que no se sentía cómodo en el papel de padre, por lo que pagó a la madre del niño 3.000 marcos y desapareció.

Ya en el año 1956 regresó a Hamburgo donde trabajó en un astillero, pero un gravísimo accidente de tráfico estuvo a punto de costarle la vida. El impacto le rompió varios dientes, le desfiguró la nariz y le acentuó su estrabismo, además de que comenzó a tener tics faciales y a tartamudear al hablar. Aquellas secuelas físicas le generaron una gran pérdida de autoestima, más de la que ya tenía por su baja estatura; medía un metro con sesenta y cinco centímetros, y sus ojos. Su personalidad se resintió hasta puntos insospechados y le acrecentó su frustración. Fritz creyó que nadie querría salir con él teniendo ese aspecto. Pero se equivocaba.

Honka se enamoró de una mujer llamada Inge, se casaron en 1957 y tuvieron un hijo. Pero durante los siguientes diez años, las idas y venidas fueron continuas. Rompían y volvían constantemente, hasta que decidieron divorciarse definitivamente en el año 1967 tras protagonizar varios episodios violentos delante de los vecinos. La ruptura llevó a Fritz a trasladarse de las afueras de Hamburgo a la ciudad, concretamente al distrito de Alona, en un apartamento de apenas veinte metros cuadrados, en la Zeißstrasse. Allí convivió varios meses con una mujer, que terminó denunciándolo por intento de violación: ella no aceptó una serie de peticiones sexuales y él trató de obligarla. Fritz se excusó diciendo que estaba borracho y el juez lo condenó a una multa de seis mil euros.

A partir de entonces, Fritz Honka, hombre bajito, tímido, inseguro, que se hundía ante las burlas de las mujeres por su aspecto, comenzó a refugiarse en el alcohol para sobrellevar su día a día. Su alcoholismo era tal, que acudía al trabajo completamente ebrio, lo que motivó su despido inmediato. Ante aquel panorama, Fritz fue desarrollando un odio acérrimo hacia todas las mujeres. No solo se sentía rechazado cada vez que quería conocer a una, sino que se sentía inútil para mantener cualquier tipo de relación real. Por eso empezó a frecuentar Reeperbahn, una calle en el barrio de Sankt Pauli en el distrito Hamburg-Mitte en Hamburgo, uno de los centros de la vida nocturna de la ciudad y su barrio rojo. Él solo quería disfrutar de la compañía de una mujer, aunque fuese pagando.

Vestía con traje oscuro y gorra y acudía a bares como el Zum Goldenen Handschuh, donde buscaba un mismo tipo de mujer. Fritz elegía prostitutas de edad avanzada, ya pasados los cincuenta, de una estatura menor que la suya y desdentadas, porque temía que le hiciesen daño durante el sexo oral.

Así fue cómo "El Monstruo de St. Pauli" nació. Comenzó su carrera homicida en diciembre del año 1970. La primera víctima, Gertraud Bräuer, de 43 años, acudió a su apartamento para mantener relaciones sexuales. Sin embargo, la prostituta finalmente se negó dada la borrachera de su cliente. Fritz, borracho y furioso, no pudo soportar otro rechazo más y la asfixió. Después, desmembró y cortó su cuerpo en pequeños trozos, que fue abandonando por distintos lugares de la ciudad. Pese a que la Policía descubrió los restos de Bräuer jamás dieron con el autor del asesinato, hasta que cinco años después localizaron su torso en el ático de Honka.
Los siguientes cuatro años, Fritz experimentó un período de enfriamiento. Es decir, El asesino suspendió toda actividad delictiva motivado por su temor a ser detenido. Pero el verano de 1974 todo se precipitó y los crímenes regresaron, más violentos y en un lapso de tiempo menor. El alemán mató a tres mujeres más en apenas cinco meses, todas ellas procedentes del barrio rojo de Hamburgo. A Anna Beuschel, de 54 años, la conoció en agosto de 1974, en el mismo bar que a Gertraud. Tras concretar un precio por tener sexo con él en su apartamento, la mujer lo acompañó sin miedo. La apariencia enclenque de Fritz no la hizo desconfiar. Pero cuando el joven, incapaz de tener una erección y prolongar el coito, le pidió otra práctica sexual distinta, la prostituta se rió. Aquella burla le llenó de rabia y terminó matándola. Tras el crimen, la descuartizó y ocultó los restos en un altillo, una pequeña habitación aislada de su vivienda.

Cuatro meses después, hizo lo mismo con Frieda Roblick, de 57 años, y en enero de 1975, con Ruth Schult, de 52 años. Ante la imposibilidad de deshacerse de sus cuerpos mutilados, ya que tropezó y cayó por las escaleras, el criminal los escondió junto al de Anna en el altillo. En los meses posteriores, Fritz se dedicó a beber cantidades exageradas de alcohol y a disimular el fuerte hedor a descomposición poniendo perfume y piedras aromáticas. Pero el olor era tan nauseabundo que los vecinos comenzaron a quejarse. Sin embargo, las protestas no llegaron a ninguna parte y las autoridades no se hacían presentes para averiguar lo que estaba ocurriendo.

Tuvo que producirse un incendio en la segunda planta del edificio para que se descubriese la verdad. Eran las tres y media de la tarde del 17 de julio cuando varios miembros de bomberos llegaron rápidamente para apagar las llamas y fue allí donde se descubriría todo: la casa del horror de Hamburgo. Durante la extinción del fuego, algunos agentes inspeccionaron cada piso en busca de posibles víctimas, en el preciso momento en que el techo del ático se derrumbó y cayeron cuatro enormes bolsas. Al comprobar su interior descubrieron lo impensable: piernas, brazos y torsos mutilados de varias mujeres. Una vez apagadas las últimas llamas, la Policía registró el apartamento de Fritz y halló: ropa y calzado de mujer, imágenes pornográficas y pósters de modelos desnudas, muñecas, además de numerosas botellas de bebidas alcohólicas.

Honka no se encontraba en ese momento ya que trabajaba como vigilante nocturno en el otro extremo de Hamburgo, además que regresaba de una fiesta, pero cuando llegó y subió las escaleras del edificio, lo arrestaron cuando apenas trataba de abrir la puerta del domicilio y llevaron a dependencias policiales. Tras sesenta horas sin abrir la boca, finalmente terminó hablando.

En su declaración, Fritz se autodenominó Jack El Destripador y dijo bruscamente "me las acabo de follar" a modo de satisfacción. Además, dio toda clase de detalles sobre las víctimas: sus nombres, fechas y la razón de cada asesinato.

Al cotejar dichos datos, los investigadores se dieron cuenta de que nadie había denunciado la desaparición de aquellas mujeres. Nadie las buscaba. Excepto a la primera, Gertraud Bräuer. Un caso que se resolvió cinco años después porque Honka guardó su tronco en una bolsa en el ático de su casa. Según el informe forense practicado a las víctimas, en las bolsas se encontraron piernas cortadas a la altura del fémur, ambos senos cercenados, además de la punta de la nariz y la lengua también seccionadas.

Durante el juicio, celebrado en el Tribunal Regional de Hamburgo en el año 1976, los psicólogos forenses que examinaron al acusado junto a las pruebas incriminatorias y determinaron que Fritz había desarrollado su agresividad y se desquitó con mujeres relativamente indefensas por la influencia de cantidades considerables de alcohol.

A esto se sumaba su necesidad de tener un papel superior como hombre, viéndose incluso a sí mismo como el Señor de la vida y la muerte. Pese a las pruebas recabadas y a su propia declaración en sede policial, Honka afirmó en el estrado: "No soy culpable". Su abogado defensor intentó excusar sus actos por tratarse de una persona con problemas psiquiátricos debido a su grave adicción al alcohol.

Así pues, el juez lo sentenció a quince años de prisión por un delito de asesinato y tres de homicidio, todos ellos perpetrados bajo un estado de culpabilidad reducida. Aquello significaba que Fritz no iría a un centro penitenciario sino a un psiquiátrico. Una estancia que cumplió con muy buena conducta y sin ningún tipo de altercado.

Finalizada su condena, fue puesto en libertad en el año 1993 y vivió bajo la identidad de Peter Jensen, apellido de un pariente cercano, en una residencia de ancianos de Scharbeutz. Su estancia allí no pasó desapercibida en el asilo por sus fuertes delirios: se quejaba del olor a cadáveres en su habitación. Tan solo cinco años después, Honka moría de un ataque al corazón. Era el 23 de octubre del año 1998 y tenía 63 años. Jamás dejó el alcohol ni el tabaco.

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