viernes, 28 de junio de 2019

El hombre que ríe

El joven Fausto llevaba viviendo 5 años en Manhattan, en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos. Él siempre fue una persona noctambula, por lo que muy seguido se aburría después de que su compañero de habitación se dormía. Por ello, se acostumbró a salir a dar largas caminatas nocturnas, utilizando ese tiempo para pensar. Esa costumbre la tenía desde hace ya 4 años y era su modo nocturno de vivir. Caminaba solo durante la noche, paseando por las avenidas y nunca tuvo razón para sentir miedo. Llegó a bromear con su compañero de habitación diciéndole que hasta los vendedores de drogas eran educados. Sin duda, esos momentos le sentían bien, lo ayudaban a relajarse y a enfocarse. Pero todo eso cambio en unos pocos minutos una de las frías noches.


La madrugada de una día miércoles, entre la una y las tres de la mañana, Fausto caminaba rumbo a los linderos del Central Park, una ruta un poco alejada de su lugar de vivienda. La madrugada era tranquila para ser una noche de entre semana. Había poco tráfico y pocas transeúntes avanzando. Al pasar por el Central Park, se encontraba casi desierto. Después del recorrido, Fausto giró en una calle con la intención de regresar a su lugar de vivienda y fue allí cuando lo vio por primera vez. Se encontraba al final de la misma calle.


Era la silueta de un hombre delgado bailando.  Era una danza extraña, similar a un vals pero en cada cuarto movimiento daba un paso hacia adelante. Se podría decir que caminaba bailando hacia donde Fausto se encontraba. Pensó inicialmente que se trataba de un hombre ebrio, así que Fausto le dio espacio para caminar y evitar una colisión, pero mientras más se acercaba pudo notar la gracia con la que se movía y sus detalles. Era alto, delgado y llevaba puesto un traje viejo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo distinguir su rostro: Sus ojos estaban completamente cerrados, su piel era muy blanca y delicada, su cabeza estaba ligeramente inclinada hacia atrás como si mirara al cielo pero sin duda, su rasgo más llamativo era su boca, la cual formaba una sonrisa tan amplia que le produciría dolor a cualquier otra persona. La visión fue tal que Fausto decidió cruzar la calle antes de que se acercara más.


El joven dejó de verlo para cruzar la calle y cuando llegó al otro lado miró hacia atrás. Se quedó paralizado. El extraño hombre había detenido su baile y se encontraba parado sobre un pie, completamente frente a Fausto. Su cuerpo estaba en dirección a él pero su cabeza seguía viendo hacia arriba con esa horrible sonrisa. La alerta de nervios se despertó y Fausto comenzó a caminar pero sin dejar de ver al delgado hombre, el cual no se movió. Fausto avanzó media cuadra y volteó a la cuadra de enfrente, la cual estaba sin transeúntes. Con nervios cruzó la calle y giró para ver al extraño hombre, pero ya no se encontraba allí.


Fausto se sintió aliviado por un momento pero en cierto momento, lo notó por el rabillo del ojo. El hombre extraño había cruzado la calle y se encontraba en cuchillas. Por las sombras y la distancia no estaba muy seguro, pero sentía que lo miraba. Era seguro que se había movido muy rápido. Fausto se detuvo un momento para mirarlo bien y fue allí cuando el hombre se puso de pie y empezó a moverse en dirección a fausto con grandes pasos de puntillas. Similar a movimientos irreales, como si se tratara de una caricatura. Movimientos muy rápidos.


Hubiese sido un excelente momento para correr, sacar un gas pimienta, poder agarrar algo para defenderse pero no fue así, Fausto se quedó completamente paralizado mientras el hombre sonriente se acercaba hasta detenerse de golpe a un distancia prudencial mientras su cara seguía sonriendo al cielo. El joven pensó en decirle la primera cosa que se le vino a la mente, su intención era gritarle algo como: ¿Qué mierda quieres?, con voz intimidante. Pero la voz no le salio. El hombre solo se quedó allí, parado, sonriendo, como si pudiera oler lo aterrado que se encontraba Fausto.


El momento pareció eterno, y así, como si nada, el hombre delgado y extraño se volteó y comenzó a caminar bailando en dirección opuesta al joven. Fausto no tenía ganas de caminar y darle la espalda, así que solo espero a que se alejara por completo de su vista. El joven observó qué, en cierto punto, ya no se alejó ni continuó bailando. La distante silueta parecía crecer y venía de regreso pero esta vez lo hacía corriendo.


Fue el momento en el que Fausto corrió hasta llegar a una calle mejor iluminada y con algo de tráfico vehicular. Miró hacia atrás y el sujeto no se encontraba por ninguna parte. Un hombre mayor que lo observó correr desesperado le preguntó de qué huía, porque detrás de él no había nada. Fausto se le quedó viendo y no respondió. El resto de camino de regreso a su vivienda lo pasó volteando constantemente, con la expectativa de si vería nuevamente ese rostro sonriente. 


Fausto no volvió a salir a caminar de noche, por lo que no volvió a ver al extraño hombre. El joven pasó seis meses más en Manhattan y decidió irse una temporada a México. Esa cara horrible siempre lo perseguiría y esa aterradora experiencia nunca la olvidaría. El rostro reflejaba calma y tranquilidad, como también una locura total, y eso si que es perturbador.


Al llegar a México, más específicamente a Valle de Bravo, varios de sus primos recibieron gustosamente a Fausto en su hogar. Mientas se quedaba allí un tiempo, su tía materna, la mayor de todas, enfermó. Fausto se ofreció a ayudar a atender y cuidar a su anciana tía mientras sus primos iban a la ciudad de México. A los tres meses, un día miércoles, un día nublado y frió, Fausto llegó a la casa de la mujer y antes de tocar la puerta, la vio parada frente a la ventana superior, con una mirada fija. Fausto pensó que lo había notado allí parado pero en vista que no le abría la puerta, comenzó a tocarla. Una vez dentro, Fausto comenzó a hacer unas pocas tareas que realizaba las veces que iba a casa de la señora, quien después de abrirle la puerta, volvió a la ventana, como si estuviese esperando o vigilando algo.


Fausto al terminar le preguntó el porqué no le había abierto la puerta si lo había visto allí parado. La anciana le respondió que no lo había visto llegar, ella estaba observando a una extraña persona del otro lado de la calle que de alguna manera sonreía.


Fausto sintió horror al escuchar eso y de inmediato le pregunto a su tía la apariencia de esa extraña persona, la anciana le respondió: "Sabes que no tengo la vista como antes hijo, pero parece ser un hombre, un hombre muy delgado con una ropa muy vieja. Pareciera que baila al caminar de un lado al otro sin cruzar la calle. Su cabeza parece mirar al cielo siempre con una gran sonrisa." Fausto se horrorizó. Era el mismo sujeto. Debía comprobar si era el mismo. Se asomó por la ventana y no vio nada.


El día transcurrió igual y no ocurrió nada inusual. Fausto durmió algo temeroso pero la semana continuó con normalidad. El día miércoles de la semana siguiente, el joven se dirigió a la casa de la su tía y una mujer más joven le abrió la puerta. Ella le explicó que se trataba de su médico y que ella había tenido un colapso nervioso el día anterior. Al estar un poco estable transcurridas una horas, la anciana hizo llamar a Fausto y le dijo: "Hijo lo vi, al hombre que ríe. Lo vi anoche. Estaba aquí. En mi casa. No sé como entró. Ayer lo vi temprano parado frente a mi ventana y nadie más parecía verlo. En la noche lo vi, en la oscuridad sonriéndome. En la madrugada fue peor porque estaba aquí, en mi habitación. La doctora no me cree y si tu no me crees mira tu mismo, está allí. ¿Puedes verlo? Está a un costado de mi ventana sonriéndonos a ambos." Fausto se quedó sin habla y la doctora le pidió salir de la habitación ya que la señora había tenido otro colapso nervioso.


La anciana falleció dos días después de sufrir un infarto. La pérdida de su amable tía despertó en Fausto nostalgia de su infancia. Una infancia triste que ninguno debería de tener. Fausto vivía en su ciudad natal, Nelas, en Portugal. Allí, junto a su madre y su padre eran felices, una familia maravillosa. Su madre era ama de casa y su padre trabajaba en una fabrica maderera, hasta que cierto día, cuando Fausto contaba con siete años, un pequeño descuido ocasionó una invalidez en la vida de su padre. El día que fue dado de alta, el padre de Fausto llegó a casa sin el brazo derecho y, por algún motivo legal la empresa se rehusó a pagar cualquier tipo de indemnización. Así pues, el padre de Fausto terminó inválido, sin dinero y sin la capacidad de encontrar otro trabajo. Su mente no lo soportó.


Vecinos, amigos y familiares iban a su casa a dar las condolencias ya que pensaban que el padre del joven había muerto ya que era lo que imaginaban por su repentina desaparición. Luego el padre de Fausto los asustaba al gritar desde su habitación diciendo que era cierto, que él ya había muerto. En cierta forma así era, él realmente estaba muerto.


A finales del mes de agosto, la noche antes del cumpleaños número ocho de Fausto, éste observó detenidamente a su padre en su habitación de rodillas al pie de su cama, diciendo un tipo de oración y con un pequeño papel en su mano izquierda. Ellos eran ateos y Fausto nunca lo había visto actuar antes así. Ahora que lo recuerda bien, Fausto le pareció extraño todo eso, quizás tenga algo que ver con lo que continuó ocurriendo.


Al día siguiente, el padre de Fausto parecía otra persona, se encontraba en la cocina preparando un café y decía que un hombre con apariencia extraña lo había visitado en sueños y, en una especie de contacto mental, le había prometido cosas. Su padre gritaba diciendo que era más que un sueño, que era un tipo de oportunidad que aprovecharía. Sea del modo que haya sido, Fausto se sentía bien al ver a su padre sonreír después de tanto tiempo, era el mejor regalo de cumpleaños que pudiera haber recibido. Su madre hizo un pastel de limón, cantaron y comieron. Fue una bonita reunión y momento familiar.


El día siguiente fue extraño. Su padre despertó a la familia gritando. Fausto se levantó corriendo de su cama asustado y al llegar a la habitación de sus padres, encontró a madre sentada en la cama con una mirada de confusión al ver como su esposo decía: "¡Miren esto, ya tengo mi brazo de vuelta! ¡No puedo creerlo, mi brazo creció otra vez!". Ambos intentaban comprender que era lo que pasaba porque evidentemente cualquiera podía observar que  él continuaba incapacitado. Corrió por la casa tomando objetos imaginarios y gritaba: "¡Ven esto! ¿Pueden ver como sujeto las cosas?". Él contaba a los vecinos y conocidos sobre lo de su "nuevo brazo" pero nadie era capaz de verlo, luego intentó conseguir empleo pero no lo obtenía porque estaba discapacitado.


De ser un hombre deprimido, él pasó a ser un sujeto agresivo con cualquiera que no creyera en su historia del brazo imaginario. La situación se puso a un grado más alto cuando este comenzó a decir que unas escamas le habían comenzado a nacer en el brazo. Decía que poco a poco iba perdiendo el control de aquel miembro, como si pudiera controlarse a sí mismo. Y así comenzaron las noches de sueño perdido debido a los gritos de su padre. Solía tener ataques de pánico en la mayoría de las noches y emitía gritos verdaderamente terribles. La familia comenzó a mudarse frecuentemente pues ningún vecino los soportaban. Su madre no quería dejarlo al cuidado de otra persona. De la forma que fuera, ella lo amaba. Un médico lo examinó con mucho esfuerzo y concluyó que el padre de Fausto era esquizofrénico. Desde esa fecha su madre decidió que la mejor opción era dejarlo encerrado en una habitación para que no se convirtiera en un peligro para Fausto.


Las crisis nocturnas continuaron y su madre continuaba cuidando de él. Los tíos y tías de Fausto los ayudaban económicamente y los vecinos aportaban en la parte alimentaria para la familia. Nada prepararía a Fausto para la pérdida que vino. Una noche escuchó a su madre gritar, al entrar a la habitación, observó a su padre llorando inconsolablemente con un cuchillo de cocina sujetándolo con su único brazo. Había asesinado a su esposa. "Yo la mate, yo la asesine... ¿Donde está mi brazo?" fueron las palabras del homicida.


Los vecinos habían llamado a la policía, quienes llegaron rápidamente y se encargaron de la situación, los peritos verificaron la escena del crimen y comprobaron lo evidente. El padre fue encarcelado y Fausto nunca lo volvió a ver. El chico fue a parar a donde una de sus tías maternas, quien lo terminó de criar. Al cumplir los 18 años, Fausto comenzó a plantear su independencia y a los 19 años, se fue a Manhattan, Nueva York, Estados Unidos. Allí descubrió un nuevo mundo. Estudió, hizo amigos, conoció lugares, se distanció un poco de sus familiares y hasta tuvo esa aterradora experiencia con ese delgado y extraño hombre que nadie, a excepción de él, parecía ver.  


La nostalgia llevó a Fausto a viajar de nuevo a su ciudad natal, Nelas, en Portugal, para ver esa casa que había sido su hogar en su niñez. El lugar que tanto tiempo quiso y que después se volvió un sitio tormentoso y traumático. El sitio seguía tal cual como cuando se abandonó, nadie quería rentarla por lo acontecido, era una urbanización decente y un acontecimiento como ese, se supo por todos. Fausto entró por el jardín y accedió al recinto por la puerta trasera. Vio cada pasillo, cada rincón, recordando todo lo que en cada espacio recordaba de su niñez. Subió las escaleras y entró a su antigua habitación, en donde pasó tanto ratos de juego, tanto momentos de risa y diversión en compañía de sus padres. Tocaba entrar a la habitación de su padres, el fatídico lugar en donde había acontecido aquella tragedia. Con impotencia se preguntó porque su padre había hecho tal atrocidad y con furia, comenzó a golpear todo a su paso.


De repente, uno de sus golpes provocó que uno de los laterales de madera de la cama se cayeran y salieran varias cosas de él. Retomando el juicio, Fausto se detuvo, se calmó un poco y se aproximó a lo que había caído al piso. Tres velas rojas, dos velas negras, cinco velas naranjas, un frasco con mercurio, un pergamino escrito por su padre y una foto deteriorada. Fausto leyó con detenimiento el pergamino y quedó horrorizado, comprendiendo todo al observar bien la fotografía.


Al parecer su padre, en el desespero de recuperar su brazo y poder continuar, intentó invocar a un demonio muy poderoso llamado Foras (Forcas o Forrasis) uno de los Presidentes del Infierno que es obedecido por veintinueve legiones de demonios. Como el trigésimo primer demonio, enseña lógica y ética en todas sus ramas, las virtudes de todas las hierbas y piedras preciosas. Puede hacer al hombre ingenioso, elocuente y vivir mucho, y puede descubrir tesoros y recuperar cosas perdidas. 


Se le presentó en un sueño su emisario, el hombre de la foto, y le dijo que tenía que asesinar a quien más quisiera a cambio de su brazo. La cuestión está en que su padre no quería más a su esposa sino a su único hijo, Fausto. La invocación, como el trato, quedó incompleto y el emisario ahora es quien persigue y atormenta a Fausto. Es importante señalar que el emisario del demonio Foras es aquel hombre delgado y extraño que camina bailando. Fausto sin duda lo comprobó al ver como el hombre de la foto abrió los ojos y sonrió. Algo irreal y aterrador ver como una foto se había movido frente a sus propios ojos, mostrando una sonrisa más que aterradora, casi burlona.


Demás esta decir que Fausto continuó viendo al hombre que ríe. Adonde quiera que va ahora parece encontrárselo, aparece cada vez más cerca de él en un juego torcido y horrible del gato y el ratón. Nadie parece notar su presencia, es como si avanzara entre la gente con pasos ligeros y rápidos de gracia y estilo. Lo observa, se ríe, disfruta y lo sigue. Fausto sabe que en algún momento no podrá aguantar más y dejará que lo alcance y lo tome, llevándolo a un lugar del inframundo, para pagar el pecado egoísta de su padre.

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