El metro... un sistema de transporte tan cotidiano se convierte en el principal escenario de esta leyenda urbana de la vasta Ciudad de México. Durante el día es la forma de viaje de cientos de usuarios que se desplazan a sus hogares y lugares de trabajo pero de noche, se transforma en un espacio de terror donde convergen historias y mitos. Desde las estaciones solitarias al apagarse la luz del sol hasta los silenciosos túneles del metro, todo se transmuta en corredores oscuros que son ideales para la creación de relatos que juegan con los miedos más profundos de sus pasajeros.

En el Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro de la Ciudad de México, hay una de sus estaciones que es muy infame por sus aterradoras leyendas, se trata de Barranca del Muerto, una terminal ubicada en la Línea 7, a cuarenta metros bajo tierra. Su nombre, que por sí solo evoca un sentimiento de inquietud y misticismo, pero no tiene relación a ningún hecho paranormal, sino que se debe a que en la zona de los alrededores había una barranca que en los tiempos de la Revolución hacía de fosa común. Ese punto ha sido el origen de muchas historias, sin embargo, ninguna es tan perturbadora como la del Vampiro de Barranca del Muerto.

Se cuenta que una noche oscura del mes de noviembre, los trenes estaban casi vacíos y recorrían su última vuelta antes de que el servicio se detuviera hasta el día siguiente. Como Barranca del Muerto es terminal, los trenes que llegaban ya estaban en resguardo por ser el último punto de la línea. Allí, se encontraba un joven llamado José que, exhausto después de una larga jornada laboral, tomó el último tren del día y con cansancio, no pudo mantenerse despierto y cesó ante el sueño. Pronto, el hombre despertó de manera abrupta en medio del vagón, el tren no se movía y él había pasado de largo su estación. No había luces, no había sonido y lo único que lo rodeaba era una densa oscuridad. Confundido y algo inquieto, se incorporó y se dio cuenta que el tren se encontraba detenido en el túnel. Ya era medianoche.

Pensó solo en esperar en la penumbra a que el servicio del metro reanudara sus actividades en la mañana pero algo lo sobresalto. Comenzó con algo suave como un siseo en la oscuridad pero luego los sonidos inquietantes se hicieron presente hasta que se escuchó un gemido, un gemido que al parecer provenía de uno de los extremos del vagón. El miedo lo invadió y sus manos comenzaron a temblar. Con el corazón palpitándole fuerte, sacó de su bolsillo un encendedor y al iluminar la pequeña zona donde se encontraba, se despejó un poco la oscuridad y observó con horror, una escena bizarra que no olvidaría jamás.

Justo al final de ese mismo vagón, se encontraba una extraña figura, de piel de un tono amarillo pálido, alta y muy delgada, de casi de dos metros de altura que se movía con movimientos erráticos y antinaturales. La extraña forma se encontraba encorvada sobre lo que parecía ser otra persona, un indigente con exactitud. El hombre observó con horror que la criatura tenía uñas bastante largas y afiladas, además de tener ojos con un tono rojo que brillaban cuando le daban pequeños roces de luz, hasta la luz del pequeño encendedor. Al mirar con atención, el joven vio que la bestia clavaba sus colmillos en el cuello de su víctima, como si se tratara de un depredador que acabara de atrapar a su presa.

De inmediato, el joven quedó congelado del miedo y no pudo evitar soltar un pequeño jadeo. El leve sonido atrajo la atención de la criatura y sus ojos rojos se posaron directamente en su nueva y potencial víctima. Sin pensarlo dos veces, el joven lanzó su encendedor al piso y se aproximó con rapidez a una de las ventanas de emergencia del vagón. Con desespero, rompió el vidrio y se deslizó hacia el oscuro túnel. El miedo lo acompañaba pero sus piernas no se detuvieron. Con el corazón queriéndose salirse del pecho, podía escuchar a poca distancia como se iba acercando a pasos rápidos la criatura.

El rasguño de sus garras contra las paredes del túnel y sus movimientos erráticos, dejaban ver que sus intenciones eran de perseguirlo y atacarlo. La estación estaba cerca pero el eco desesperante de los sonidos, hacía pensar que estaba a punto de ser atrapado en cualquier instante. Cuando la respiración estaba a punto de fallarle, vio las luces de la estación Barranca del Muerto, donde corrió con todas sus fuerzas.

El joven con desespero, saltó desde el túnel a la plataforma, cayendo torpemente. Al mirar hacia atrás, el sonido de la criatura se desvaneció en la oscuridad, como también sus ojos rojos en el túnel. Estaba a salvo, al menos por el momento. Pensó que hubiera pensado si esa criatura lo hubiera atrapado antes de llegar a la plataforma. Aturdido y cubierto de sudor frío, apenas tuvo tiempo de recomponerse cuando el personal de seguridad de la estación lo interceptó. El joven, con el rostro desencajado, intentó explicar lo que acababa de suceder, pero los guardias lo miraron con escepticismo. Ninguno de ellos creyó su historia, excepto una mujer de mediana edad, que se encontraba en la estación y había notado el estado de shock del joven.

La mujer interceptó al personal de seguridad y les indicó que el joven actuaba como si estuviera desesperado escapando de algo que le generó extremo terror, ellos solamente le indicaron que realizarían una investigación. Intrigada, la mujer decidió investigar por su cuenta. Armándose de valor, se dirigió hacia el tren que se encontraba a mitad del túnel. Para su sorpresa, una de las ventanas de emergencia estaba rota, tal como lo había descrito el hombre. Al entrar al vagón, no vio ninguna criatura, pero lo que sí encontró fue un charco de sangre fresca en el suelo, un rastro silencioso de la espeluznante verdad que se escondía en las profundidades del metro.

Desde ese día surgió la leyenda del Vampiro de Barranca del Muerto, una historia que ha recorrido la ciudad, contada en susurros por los pasajeros más supersticiosos y mencionada en los programas de radio locales dedicados a lo paranormal. Algunos aseguran haber visto a la criatura merodeando por los túneles a hasta horas de la noche, como si buscara a alguna persona en particular.

Recientemente, salió un cortometraje en YouTube llamado Vampiro, inspirada en la oscura leyenda. Fue dirigido por Luisan Cortes.

Dicha leyenda se inspira a su vez en el cuento corto "No se duerma en el metro" del escritor Mario Mendez Acosta, publicado en el año 1994 por la Revista de Revistas. Sino lo has leído, te lo dejo a continuación:
Hay cosas en la vida, y eso incluye a esta Cd de México, que más vale que nunca averigüemos. La ignorancia nos permite dormir con placidez en la noche, y concentrarnos en nuestros respectivos trabajos. Por ejemplo: ¿Se ha preguntado usted qué les sucede a las personas que se quedan dormidas en el Metro, cuando éste llega a la Terminal de una línea, lo que causa que no escuchen la advertencia que les pide abandonar el vagón y sigan adelante en el mismo, adentrándose en un profundo túnel oscuro que aparentemente no lleva a ninguna parte?
La verdad es que esa es una de esas cosas que en realidad no nos conviene averiguar, si es que queremos mantener la ilusión de que vivimos en un universo racional.
Sin embargo, no está de más tomar algunas precauciones sencillas, que bien pueden evitarnos experiencias en verdad lamentables. Una de ellas es la de no dormirnos nunca en el Metro; en especial, después de la puesta del sol. Para Arturo Marquina, periodista ya no tan joven, y autor ocasional de relatos de ficción científica, cuentos de horror y novelitas policiacas, ese descuido le produjo un extraño desarreglo que sus amigos califican casi de locura. Se niega Arturo, quien es una persona sensata, racional y de buen humor, a acercarse siquiera a las entradas al Metro.
Se niega también a pasar por encima de las ventilas o registros del sistema de Transporte Colectivo de esta capital. En eso puede ponerse hasta agresivo y desagradable. Marquina se niega a hablar de esa extraña fobia que lo aqueja. Siempre logra desviar la conversación cuando se le interroga al respecto. Sólo una vez, en una cantina de Bucareli, después de varias horas de consumo y animada conversación, llegó un momento en que se puso serio e hizo una advertencia a uno de los amigos, que le dijo que usaba a el Metro cotidianamente y en especial a muy altas horas de la noche.
“¿Llegas a alguna terminal a esas horas?, preguntó Arturo. Ante la respuesta afirmativa, nuestro amigo abandonó su discreción. “¿Tú has sabido qué le ocurre a las personas que se quedan dormidas en los vagones que siguen avanzando después de la última estación?-“La verdad, no”-repuso su compañero. “Yo sí lo sé”, continuó Arturo.”Esto que te voy a contar no es un cuento, te pido que me lo creas, por tu bien. Nunca lo repetiré ante ustedes”.
Fue hace justo un año. Serían cerca de las once de la noche y salía yo del trabajo después de un día durísimo. Tomé el Metro en la estación Hidalgo, y me dirigí hacia Tacaba. Ahí transbordé hacia Barranca del Muerto. Ya a esa hora, el Metro va casi vacío. Cerca de Tacubaya me quedé dormido. El tren llegó sin duda a la Terminal, sin que yo despertara. No oí la distorsionada voz de advertencia que sale del sistema del sonido, ni el insistente pitido del silbato electrónico que anuncia las paradas.
Después, unos segundos después, cuando ya el vagón se dirigía hacia el inquietante túnel que continúa el trayecto, alcancé a ver el letrero y la insignia de mi estación de destino la cual quedaba atrás. Con preocupación y fastidio, pude ver que no iba solo. Unos asientos más adelante iba un tipo viejo y desastrado, en evidente estado de ebriedad que seguía dormido y cabeceaba con cierto ritmo. Pensé que quizá este tren cambiaría de vía y regresaría por el mismo trayecto en unos momento más. Pero no fue así.
“El vagón siguió adelante, se desvió hacia la derecha y después de avanzar varias decenas de metros, hizo alto en un lugar totalmente oscuro. El motor se detuvo y lo mismo la ventilación. El silencio más absoluto cayó sobre nosotros. Fue entonces cuando las luces se apagaron. Ahí, empecé a sentir algo de miedo. Había un poco de claridad, proveniente de la parte posteior del túnel. Por fortuna, traía mi linterna de bolsillo y además ésta tenía pilas. Me paré y me dirigí a mi aún dormido compañero de tribulación. Me acerqué a él y lo sacudí por el hombro. Me preguntó qué pasaba y rápidamente le expliqué nuestra situación.
Respondió con una imprecación y puso su rostro contra la ventana para tratar de ver dónde nos hallábamos. Me di cuenta que este vagón se quedaría ahí toda la noche, por lo que me dispuse a tratar de forzar una de las puertas. Era inútil, me convencí que sólo saltando a través de una de las ventanas podríamos salir del carro. Fue entonces cuando oí un ruido en el techo. Algo cayó encima del vagón y recorría el techo. De pronto, se escuchó otro ruido en el extremo opuesto del carro. Dirigí el haz de mi linterna y pude ver una sombra que caía al suelo después de haber entrado por laventana.
“¡Vaya, al fin!… ¡Oiga, necesitamos que nos ayude a salir!” No hubo respuesta. El borracho fue más directo. Avanzó hacia el intruso y lo tomó por las ropas. “¡Sáquenos de aquí! ¡Esto es un atropello, malditos burócratas!”. El extraño no respondió, sólo levantó una mano.
“A la luz de mi linterna pude ver que era blanca como la harina, delgada y fibrosa, y con unas larguísimas uñas que semejaban garras. Como un rayo, esa mano rasgó la garganta del pobre vagabundo. Fue entonces cuando vi el rostro del ser que tenía enfrente. Pálido, calvo, con enormes ojos amarillos, orejas largas, una nariz grotescamente respingada con dos protuberancias carnosas en la punta. Vi como abrió la boca llena de dispares y puntiagudos dientes, que pronto recibió el borbotón de sangre que salía del desafortunado pasajero.
Fue en esos momentos cuando recibieron mis narices la patada del nauseabundo olor que despedía esa criatura. El espectáculo y el olor me hicieron de inmediato vomitar. En medio de las arcas de la basca, escuché otro ruido metálico detrás de mí. ¡Alguien más entraba al vagón por otra ventana! No esperé un segundo más. Me lancé hacia el primer intruso, que aún se cebaba en su víctima, y derribándolos a ambos llegué a la ventana por donde había penetrado el primer monstruo.
Escuché un forcejeo detrás de mí, con el que sin duda el invisible perseguidor se abría paso también entre la pareja víctima-victimario que se interponía entre nosotros. Salté fuera del vagón y logré caer en el suelo sin dislocarme siquiera un tobillo. Emprendí la huída, como un poseso, hacia el extremo iluminado del túnel. Detrás de mí se dejaba oír un jadeo que acompañaba rítmicamente a un penetrante chillido.
“La luz aumentaba poco a poco. Sentía que mi perseguidor rápidamente iba descontando ventaja. Decidí voltear la cabeza… y quizá eso sea lo que más me ha desgraciado la vida de toda esa experiencia. Vi a un ser similar al que había despedazado al pobre ebrio en el vagón, nada más que éste mostraba una regocijada sonrisa idiota. En la penumbra del túnel veía su tez, amarillo limón, y su larga frente con que se relamía con anticipación. Por fortuna, de frente llegaba otro tren de vagones del Metro. Salté a su paso y alcancé la parte central del túnel. Mi perseguidor no quiso hacer lo propio. Recorrí los últimos metros que me separaban ya de la iluminada estación. Al llegar a ella, subí al andén. Justo a tiempo. Unos metros atrás la criatura, que se había desplazado por el techo del túnel, asida de sus largas garras, tanto de manos como de pies, cayó detrás de mí y alcanzó a lanzarme un zarpazo a la pantorrilla”.
Arturo nos mostró una cicatriz, que aún dejaba ver las huellas de una prolongada infección que apenas había sido dominada.
“Ya en el andén, emprendí la carrera hacia la calle. No me detuve hasta llegar a mi departamento, donde atranqué la puerta y me refugié en un garrafón de mezcal.
“Me expliqué por qué en los talleres del Metro se trapea y se friega con tanto esmero el piso de los vagones todas las mañanas. ¡No se duerman en el Metro! Si lo hacen, corren el peligro de, por lo menos, no volver a dormir nunca más con tranquilidad”..
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