Nuestro mundo está repleto de maravillas, tanto contemporáneas con antiguas. Muchas de ellas tenemos conocimientos que existieron, otras se perdieron en el tiempo, algunas sabemos cómo funcionan, otras no y nos siguen causando curiosidad y asombro. Hoy trataremos sobre Talos, un autómata y aunque se cree que fue el primero, no fue de ese modo ya que históricamente, los primeros autómatas se remontan a la prehistoria, cuando las estatuas de algunos dioses o reyes despedían fuego de los ojos, como era el caso de una estatua del dios y mítico rey del Antiguo Egipto Osiris. Algunas tenían brazos mecánicos operados por los sacerdotes del templo y otras, como la de Memon de Etiopía, emitían sonidos cuando los rayos del sol las iluminaba, y así infundían temor y respeto a quien las contemplara. Eso demuestra que la idea de una criatura artificial que actúa como siervo de la humanidad es muy antigua.
La finalidad religiosa de los autómatas continuó hasta la Grecia clásica, en la que se hicieron estatuas que se movían con energía hidráulica. Esos nuevos conocimientos quedan plasmados en el primer libro sobre la figura de los robots Autómata, escrito por Herón de Alejandría (10 d. C.-70 d. C.) donde se explica la creación de mecanismos, muchos basados en los principios de Filón o Arquímedes, realizados fundamentalmente como entretenimiento y que imitaban el movimiento, como el de aves que gorjeaban, volaban y bebían, estatuas que servían vino o puertas automáticas, todos producidos por el movimiento del agua, la gravedad o por sistemas de palancas.
Ahora bien, Talos (Τάλος / Τάλως), era un autómata gigante forjado en bronce por el propio Hefesto (Ἥφαιστος / Ήφαιστος), dios de la forja y del fuego, así como de los herreros, los artesanos, los escultores, los metales y la metalurgia. Para realizarlo, el mencionado dios tuvo el apoyo de los cíclopes. La idea para Talos fue inventado por Dédalo, arquitecto y artesano muy hábil, famoso por haber construido el laberinto de Creta. Su función era proteger de piratas e invasores a la isla más grande de Grecia, Creta, que estaba a manos del Rey Minos. Talos rodeaba las costas de la isla tres veces al día, también impedía la entrada a los extranjeros, destruyendo sus barcos y evitaba la salida a los habitantes que no tenían el permiso del rey. Se decía que cuando Talos sorprendía a algún extranjero, las tomaba en sus poderosas manos y las frotaba en sus brazos o abdomen. El roce del material de su cuerpo era tan fuerte que el pobre desafortunado se calentaba al rojo vivo y fallecían calcinadas.
Parecía invencible e invulnerable pero como todo, tenía un punto débil. El cuerpo de bronce de Talos era irrigado por una única vena diminuta que lo recorría desde el cuello al tobillo izquierdo, donde estaba rematada por un clavo enorme que le impedía desangrarse. Se cuenta en los relatos griegos que cuando Jasón y los Argonautas llegaron a Creta tras obtener el vellocino de oro, Talos les impidió desembarcar del navío Argo arrojándoles grandes rocas a la bahía.
La hechicera Medea, quien ayudaba a Jasón y sus acompañantes, hipnotizó a Talos desde el Argo, haciéndole creer que podía hacerlo inmortal si se quitaba el clavo del tobillo. Cabe señalar que Peante, padre de Filoctetes, también ayudo en el proceso al atravesar la vena con una de sus flechas. Al quitar el clavo del tobillo, se derramó el icor (mineral presente en la sangre de los dioses) de Talos, por lo que se desangró y murió. Tras la muerte de Talos, el poder de Creta se desvaneció y el navío Argo pudo arribar sin peligro.
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