Cuenta la leyenda que hace muchos años atrás, en los tiempos de la Inquisición y el Santo Oficio, en la Villa de Córdoba, en el estado de Veracruz, México, había una mujer de reconocida belleza que parecía no envejecer con el pasar de los años, que además no se conocía su procedencia. Como no tenia padre ni madre ni ningún otro familiar, la llamaron Soledad.
Por la condición de su raza, ella vivía aislada del trato social común, pues los negros y los indios no eran bien vistos, por lo que el color de piel de esta mujer era prueba fehaciente de la unión entre blancos y negros. A pesar de esto, cuando se dejaba ver, su presencia era considerada como un escándalo, su belleza la hacía blanco de habladurías. Además de ser bella, la mulata era famosa por emplear hierbas que parecían mágicas para realizar curaciones; pero no sólo eso, se llegó a decir que también llegó a conjurar tormentas y que incluso, podría predecir los temblores y eclipses.
Algunos hombres, hipnotizados por su gran belleza, llegaron a disputarse para conquistarla, pero ella no correspondió a ninguno. Obreros sin trabajo, hombres con el corazón roto, mujeres sin consorte, militares retirados con problemas, eran algunos de los que acudían a ella para que los ayudara y terminaban satisfechos. Los rumores empezaron a correr y las mujeres decían que ella sabía de embrujos y encantamientos. Incluso afirmaban algunos que por las noches, de su choza se veían luces extrañas e intensas y cierta música misteriosa. Tales hazañas y habilidades empezaron a inquietar a los supersticiosos, quienes empezaron a correr rumores que la hermosa mulata tenía un pacto con el diablo, llegando a asegurar que la habían visto volar por los tejados en las noches sin luna, donde le resaltaban unos dientes blanco brillantes de unos labios rojo intenso, manteniendo una mirada horrorosa de sus ojos negros.
Sin embargo, la mulata seguía yendo a misa, por lo que calmaba un poco los rumores. El alcalde de córdoba era Don Martín de Ocaña, un hombre de edad que ardía de pasión por la Mulata. Él, al igual que mucho otros, confesó sus intenciones y ofreció regalos a la sin igual mujer, pero ella lo rechazó cortésmente. El hombre, desairado y despechado, acusó a la mulata de haberle hecho beber un brebaje que le provocó la pérdida de la razón. Sino era suya, no seria de nadie más. La noche de la acusación, el alcalde, policías, amigos y sirvientes fueron hasta la choza de la mulata, para que en nombre de la Santa Inquisición abriera su puerta, ella no lo hizo por miedo así que entraron a la fuerza a aprehenderla. Fue entonces llevada en una carreta custodiada por el Santo Oficio hasta las mazmorras del Tribunal de la Santa Inquisición, en la Plazuela de Santo Domingo, en México. La mulata fue juzgada y la encontraron culpable de sostener pactos con el maligno y práctica de brujería, por lo que fue sentenciada a ser quemada con leña verde enfrente de los ciudadanos.
La mañana del día que sería quemada en la hoguera, la mulata comenzó a hablar con el carcelero, ganándose su confianza con cada palabra. Le rogó que le consiguiera un pedazo de carbón, el carcelero, por tratarse de una bella mujer y estar a punto de morir, lo tomó como su última petición, por lo que le consiguió lo solicitado y se lo llevo a su celda.
La mulata prisionera comenzó a dibujar sobre las paredes de la mazmorra el casco de un barco, durante largo rato, previa a su sentencia. ¿Qué le hace falta a este navío? preguntó al carcelero. Éste le respondió que le faltaba el mástil. El hombre custodio se encontraba confundido y maravillado por los detalles de la obra de arte. Al mediodía, la mulata preguntó nuevamente ¿Qué le hace falta a este navío?, esta vez le hacían falta las velas y el carcelero se lo hizo saber. El hombre se encontraba intrigado y sorprendido ante la falta de temor que tenía la mujer ante su muerte cercana. A la hora del crepúsculo, el tiempo fijado para para su muerte, el carcelero observó los detalles y el perfecto delineado de la embarcación, tal cual como si fuera a emprender una larga travesía. Por tercera vez la mulata preguntó ¿Qué le hace falta a este navío?. El hombre, pensando que la mujer había perdido la cordura ante su proximidad a su muerte, le respondió "Infortunada mujer hermosa ¡A ese barco lo único que le hace falta es que navegue! ¡Es perfecto!" la respuesta fue "Si solo eso le falta, navegará, y muy lejos..."
Ligera como el viento, la mulata dio un pequeño e irreal salto que le hizo caer dentro del dibujado y perfecto barco. Despacio al principio y luego rápido y a toda vela, la embarcación desapareció con la hermosa mujer por uno de los rincones del calabozo. La impresión fue tal que el carcelero quedó inmóvil, con la boca abierta y los cabellos de punta, para después caer desmayado al piso y contar lo visto cuando se recuperó.
Los creyentes en los rumores pensaban que la mulata había escapado para ir al oscuro lugar de donde provino, otros dicen que escapó para vengarse de la provincia y de aquellos que una vez ella ayudo y que cuando ella necesitó ayuda, no se la dieron. Del modo que haya sido, en la ciudad de Córdoba se recuerda la leyenda de la mulata y muchos que la cuentan la terminan con estas palabras:
Los creyentes en los rumores pensaban que la mulata había escapado para ir al oscuro lugar de donde provino, otros dicen que escapó para vengarse de la provincia y de aquellos que una vez ella ayudo y que cuando ella necesitó ayuda, no se la dieron. Del modo que haya sido, en la ciudad de Córdoba se recuerda la leyenda de la mulata y muchos que la cuentan la terminan con estas palabras:
"Nadie volvió a saber de la mulata;
se supone que está con el demonio.
Quien les crea a los cuentos de hechiceras
que pruebe a pintar barcos en los muros..."
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