miércoles, 13 de noviembre de 2024

Las Hijas del Marinero

NOTA: Antes de iniciar la presente, muy corta pero interesante publicación que servirá como un relato corto introductorio a un próximo tema central, les comento que no pude realizar mi acostumbrada publicación del domingo pasado, motivado a problemas de acceso a algunas páginas web desde mi país nativo, por lo que tuve que recurrir a otras opciones para hacerles llegar mi escritura. Pido disculpas, a pesar de que es una situación que se escapa de mis manos.

En el año 1846, en un punto del Mediterráneo, entre España e Italia, en una época en donde algunos marineros temían salir a la mar por rumores sobre extrañas criaturas que aparecían de vez en cuando atrayendo a navegantes a la tragedia o hasta la misma muerte, un pequeño barco con cinco hombres como tripulación salió a pescar. Pablo, David, José, Jesús y Carlos, eran sus nombres. Pablo era el mayor, un hombre de avanzada edad que aún gustaba de salir a pescar y pasear por el mar. Llevaba el grupo con liderazgo, paciencia y sabiduría.

A ellos ya se les había advertido estando en la orilla, que mar adentro podían encontrarse con unas peligrosas criaturas mitad humano y mitad pez. Ya encontrándose lejos de la orilla, recordaron el aviso y comenzaron a burlarse, riendo y juzgando al pobre desdichado que les había dicho eso. Un andrajoso y decrépito loco, a su parecer. Pablo fue el único que no rió. Los miró a todos con un pensamiento de que eran muy jóvenes para entender los misterios de la vida, la existencia, el mundo y el mar. Entonando su voz grave y firme, les dijo a los oyentes que no se burlaran de ello, que existían tantas cosas que era posible que criaturas acuáticas con apariencia de humanos existieran y que no tentaran la suerte, que podrían ser testigos en ese viaje de poder encontrarse alguna. Continuó diciendo que había escuchado viejos relatos de marineros que dijeron haber escuchado melodías femeninas que los llevaron a la perdición y que no debían escuchar esos sonidos. 

Las risas se hicieron escuchar y retumbaron en el sitio pero David, el más joven de ellos, no rio. El muchacho de apenas 18 años escuchaba atentamente a las palabras de Pablo y, aunque no creía mucho en esas entidades marinas, si se lo tomó con algo de seriedad. La seriedad del tema lo hizo reevaluarse el por qué se encontraban allí, y era que la pesca, desde hace meses se había tornado difícil, ya no era lo suficientemente buena como antes. Estaba escasa y ardua. Pablo interrumpió sus pensamientos al decir en voz alta que debían de seguir avanzando mar adentro. En ese punto, una intensa bruma comenzó a cubrir el lugar y fue allí, muy lejanamente que comenzaron a escuchar hermosos cantos.

Miraban a todos lados para saber de dónde venía esa melodía encantadora y, cuando menos se lo esperaron, cuatro hermosas mujeres rodearon el barco. Estaban tan concentrados en los cantos que no se habían tomado el tiempo de mirarse entre ellos hasta que las mujeres aparecieron, que parecían caminar por el agua con tal delicadeza y belleza que parecía un sueño hecho realidad. José, el más ingenuo del grupo, les ofreció ayuda de inmediato, mientras que pablo se encontraba en un rincón de la embarcación, cubriendo sus oídos con cera.

- Que mujeres tan hermosas... Ustedes bellísimas mujeres, ¿Qué hacen aquí? ¿Su barco naufragó? Vengan con nosotros, las ayudaremos.

Inquietante pero dulcemente al mismo tiempo, no hubo respuesta por parte de las mujeres, quienes solo sonreían. David, que había prestado atención a las sabias palabras del viejo Pablo, se encontraba observando inmóvil, más que fascinado, por la incertidumbre, el impacto y el miedo.

- Son hermosas...- dijo finalmente y terminó por ceder al encanto y acercarse a la orilla del barco.

Para ese punto, los cuatro hombres ya se hallaban sentados muy cerca de la orilla y cada uno se encontraba fascinado por alguna de las hermosas mujeres que tenía al frente, que maravillaban con sus movimientos y sus breves cantos hipnotizantes. Lentamente extendieron la mano para poder tocarlas pero cada uno fue víctima de las mujeres, quienes destrozaron con fiereza el brazo entero de los hombres curiosos. Gritos de terror se escucharon y la dulzura de los rostros de las sirenas desapareció transformándose en rostros deformados y horribles, con dientes afilados, facciones de demonios y cabello alborotado y descuidado dejando ver debajo de él unas branquias largas detrás de los cuellos. Ya era muy tarde, los hombres habían sido capturados y posteriormente devorados con violencia y agitación.

Pablo fue el único sobreviviente y duró toda la noche allí, inmóvil en ese rincón del pequeño barco mientras que las mujeres pez lo rodeaban con la vista, como esperando que se despojara de la cera de los oídos pero al mismo tiempo agradecidas por haber recibido de su parte tan sabroso banquete. Al día siguiente, cuando la bruma desapareció, el viejo Pablo remó de vuelta a la orilla y luego de un tiempo, llegó al puerto.

- ¿Qué pasó con los demás?- gritó una joven desesperada al ver llegar a Pablo solo.

- Pasó lo que tenía que pasar, eso pasó.- Dijo Pablo con el peso de la culpa.

- Lo hicistes ¿Verdad? ¿Se los entregaste a las sirenas?- Dijo la joven con impresión.

- Yo les advertí. Les dije que no se burlaran. Les dije que no escucharan los cantos. Yo les dí la oportunidad para que se salvaran...

- Tú sabías que pasaría. Lo has hecho antes así que no mientas. Prometiste que no volvería a ocurrir.- Gritó la joven con los ojos llenos de lágrimas.

- Ellas son mis hijas... Y tenían hambre- confeso finalmente Pablo con una gran culpa en sus ojos y en su alma.

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