Viéndolo desde el punto de vista en relación a casos de posesiones; el mal no reconoce géneros, razas ni religiones, es algo impredecible. A lo largo de la historia se ha sugerido que cualquiera puede ser víctima de una posesión, desde la persona más creyente hasta la más escéptica. Desde el punto de vista médico, la cosa cambia un poco puesto que, como se acotó en la publicación anterior, la rápida propagación de síntomas que afecta a un grupo es llamada Enfermedad Psicogénica en Masas (MIP), que causa alteraciones de las funciones físicas al originarse en el sistema nervioso. En estos casos, predomina las víctimas femeninas y en la antigüedad, se atribuía este tipo de comportamientos a posesiones demoníacas en donde sacerdotes debían de asistir al lugar de los hechos para realizar un exorcismo colectivo. Sea de uno o de otro modo, usted como lector deberá juzgar.
En el año 1632, en la pequeña ciudad comunal de Loudun, región al noroeste de Poitou-Charentes, en Francia ocurrió uno de los casos más oscuros y reconocidos de "posesiones". Esa época todavía estaba inmersa en las terribles consecuencias de las luchas religiosas que enfrentaron a protestantes y católicos.
Todo inició cuando el carismático sacerdote Urbain Grandier se integró a la parroquia. Un hombre de 32 años, de buen aspecto, educado por jesuitas, de impecable formación y erudición notable, que al parecer era muy galante y de gran atractivo físico. El sacerdote comenzó a llamar la atención de los lugareños, principalmente del sexo femenino, donde los rumores corrieron pronto como pólvora, asegurando que el hombre era un poco infame de la localidad de donde venía por haber tenido amoríos con varias mujeres, lo que lo llevó a tener muchos enemigos; unos que aborrecían a la Iglesia que éste representaba y otros por su impopularidad entre los hombres.
Urbain era sobrino del canónigo Grandier de Saintes y había ingresado con apenas 14 años en el Colegio de Jesuitas de Burdeos, en 1604. Fue ordenado novicio en 1615, aunque no tenía intención de ingresar en una Compañía cuyas normas eran demasiado rígidas y exigentes para con su temperamento. Debido a sus habilidades teológicas y filosóficas y a su diligencia y buena conducta, la Compañía de Jesús le ofreció el beneficio eclesiástico de Saint-Pierre-du-Marché, en Loudun, siendo nombrado a su vez canónigo de la Colegiata de la Santa Cruz. En Loudun, entró al convento de Ursulinas, donde la madre superiora, Juana de los Ángeles (sor Jeanne des Anges), una exaltada religiosa con ansias de beatitud, comenzó a conquistarlo pero él de inmediato le dejó claro que no había cavidad para algo más que meramente profesional.
El cotizado religioso se vio envuelto en una situación que se fue complicando cada vez más, dándose un ambiente tenso en el lugar. La madre superiora Juana de los Ángeles ponía peros en las acciones y decisiones del sacerdote, además del ámbito inestable exterior por el tema del religioso, dieron la "entrada del mal", que terminó en la posesión de diecisiete monjas del convento. Inicialmente veían fantasmas que entraban por las ventanas y atravesaban paredes, escuchaban ruidos de cadenas arrastrándose, etc., típico de fenómenos paranormales. Las religiosas se negaban a comulgar.
Con el paso de los días, las manifestaciones paranormales se volvieron más fuertes y frecuentes, llegando al punto que las monjas comenzaron a convulsionar, se aguantaban la respiración hasta ponerse rojas y desmayarse, y producían escalofriantes voces masculinas que hablaban en griego. La situación empeoró cuando sus ojos se tornaban blancos y se desnudaban para tentar con su cuerpo a los feligreses. Al tratar de evadirlas, las mujeres se alteraban y ocasionaban destrozos.
Varios sacerdotes fueron llamados, el padre Mignon de la localidad, el padre Lactante, de los franciscanos; el padre Tranquille, de los capuchinos y más tarde se sumaría el padre Surin, de la Compañía de Jesús y, después de haberse realizado un tribunal extraordinario y dictar los procedimientos a realizar, estos fueron al convento a realizar diversas sesiones de exorcismos.
En una en particular, la madre superiora (no se sabe si lo dijo por venganza al ser rechazada por el padre o porque era la realidad) acusó al sacerdote Grandier de haberlas embrujado con su sensualidad para hacer un pacto carnal con los demonios Asmodeo y Zabulón.
Asmodeo, Ασμοδαίος en griego o אַשְמְדּאָי en hebreo, es un jefe de demonios al ser el rey de los Nueve Infiernos, siendo uno de los siete príncipes infernales, que también tiene el cargo de ser el gobernante de los espíritus terrenales conocidos como los Djinns. Asmodeo es un demonio de lujuria y de los pecados carnales que se muestra con el pecho de un hombre, una pierna de gallo, cola de serpiente, tres cabezas (una de un hombre escupiendo fuego, otra de una oveja y otra de un toro), cabalgando un león con alas y cuello de dragón. Se cree que es un cambión, una descendencia híbrida demoniaca, nacido como resultado de una unión entre una súcubo y el Rey David. Es responsable de pervertir los deseos humanos y llevar las almas por el camino del Segundo Circulo del Infierno. Zabulón sin embargo, es el demonio de la gula y un reconocido íncubo lascivo e impúdico.
La grave acusación por parte de la madre superiora llamó la atención de los sacerdotes presentes, quienes manifestaron la noticia a sus superiores en la congregación.
Días después, el 30 de noviembre de 1633, el padre fue buscado y arrastrado al castillo de Angers, siendo allí encarcelado. Fue realizado un juicio falso como parte del protocolo y fue condenado a morir en la hoguera el 18 de agosto de 1634 en la plaza del mercado de Loudun. Hasta su ultimo minuto de vida se proclamó inocente. Miles de personas observaron el espectáculo, algunos compadeciéndose del mártir, otros vociferando improperios contra el desdichado. Grandier, agonizando entre las llamas, lanzó una maldición a aquellos que lo llevaron a su muerte y a partir de ese siniestro (y quizás injusto) momento, varias personas involucradas comenzaron a sufrir tragedias o morir de manera inexplicable.
La muerte del sacerdote Grandier fue solo el inició de una serie de eventos desastrosos. Uno a uno, los exorcistas que habían acusado al sacerdote, fueron cayendo muertos. El franciscano Lactance, el mismo que había encendido personalmente la hoguera, sucumbió a la locura y falleció apenas un mes después; el capuchino Tranquille, que había tomado parte incluso en las sesiones de tortura, fue el siguiente: murió loco cinco años después. El padre Surin fue el único que se mantuvo con vida y continuó con las sesiones de exorcismos ya que las monjas continuaban poseídas.
Por su parte, sor Juana de los Ángeles, la principal causante de la histeria colectiva que sin duda embargó a las novicias ursulinas, fue encontrada en varias oportunidades con una soga al cuello a punto de ahorcarse, quizás como parte de la contribución a condenar a un hombre inocente o una verdadera posesión, pero se convirtió paulatinamente en una especie de penitente que decía estar dotada de facultades sobrenaturales y emprendió largos viajes por toda Francia mostrando sus dotes taumatúrgicas y su austera religiosidad. Las posesiones terminaron en 1637, cuando después de una serie de exorcismos, al fin las monjas fueron liberadas de la posesión en la que se encontraban.